domingo, 27 de julio de 2014

Conferencia sobre Educación del Obispo Francisco Javier Stegmeier Schmidlin, 2014


 


Monseñor, Jaime Fernández; Mons. Francisco Javier Stegmeier; Pbro. Jaime Herrera; Pbro. Andrés Chamoro De la Cuadra; Pbro. Marcial González Araya (Florencia); Pbro. Rafael Osorio; Pbro. Heinrirch Herborn; Pbro. Ramón Freire; Pbro. Sergio Barria Lorca. (Segundo Año de Seminario, año 1983).

Nos reúne el tema de la educación. Acerca de ella expondré mi pensamiento, procurando expresar en definitiva el pensamiento de la Iglesia. Lo hago sin ser experto en la ciencia de la educación. Mi aporte va más en la línea de la antropología y de la teología.

La educación abarca a todas las personas y a todos los ámbitos de su existencia. ¡Cuántas veces, los que ya somos mayores, decimos que “nunca terminamos de aprender”! En las más diversas circunstancias vamos adquiriendo nuevos conocimientos, crecemos en sabiduría y experiencia. Es por ello que la educación no termina con la juventud, sino que con la muerte. Tampoco se reduce sólo al ámbito escolar y universitario. Siendo ellos importantes y necesarios, estamos todos de acuerdo que más importante y necesaria es la familia. También juegan un papel fundamental los medios de comunicación de masas, las redes sociales, las personas con las que nos relacionamos. Es sabido el gran poder educativo de las leyes y las costumbres sociales.

Sin embargo, hoy me quiero referir más específicamente al rol educativo de la familia y de la escuela pre - básica, básica y media. No solo por el hecho de que este encuentro abarca exclusivamente a este tipo de establecimientos educacionales, tan relacionados con la familia de los alumnos que frecuentan sus aulas, sino sobre todo porque los niños y los jóvenes están en una edad en la que aún no tienen formado el criterio fundamental que orientará sus vidas - según sea su orientación respecto a Dios -  hasta la vida eterna o hasta la eterna condenación. Porque de esto se trata en definitiva la educación: si se logra realizar la propia vida según Dios o al margen de Dios, a favor de Dios o contra Dios, con Dios o sin Dios.  

Al respecto, decía el Papa Benedicto: “Todos nos preocupamos profundamente por el bien de las personas que amamos, en particular de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Sabemos, de hecho, que de ellos depende el futuro de nuestra ciudad. Debemos, por tanto, preocuparnos por la formación de las futuras generaciones, por su capacidad de orientarse en la vida y de discernir el bien del mal, por su salud no sólo física sino también moral” (Carta 29.01.08). 

El Papa Benedicto XVI apunta al trasfondo que hace inviable una educación auténticamente humana: la negación de la verdad, como realidad en sí y como posibilidad de ser conocida, por lo tanto, es la negación de la verdad del hombre, de su dignidad de persona humana fundada en su condición de criatura de Dios, a cuya imagen y semejanza fue creada. Si se niega la verdad, se niega a Dios. Si se niega a Dios, se niega al hombre. 

Todo proyecto educativo tiene como trasfondo una específica concepción del hombre. ¿Qué concepto de persona humana tienen un padre y una madre cuando educan a sus hijos? Es posible que ellos no tengan una definición conceptual de lo que es la persona humana, pero sí que poseen una cierta noción que les permite orientar hacia un fin sus esfuerzos formativos. Quizá los padres sabrán que lo “más importante es la salud”, según ello tratarán de inculcar hábitos de higiene y de alimentación en sus hijos; también sabrán que es muy importante que la persona sea feliz, por lo tanto, intentarán que los hijos se eduquen de tal manera que en su vida de adultos vivan de un modo tal que efectivamente sean felices. Me pregunto, ¿tendrán presente la dimensión trascendente de sus hijos? ¿Los educan solo para esta vida o también para la eterna? ¿Son conscientes de que deben educarlos de tal manera que algún día sean eternamente felices con Dios en el cielo? ¿Están pensando en la felicidad eterna? En una sociedad cristiana esto se da por descontado. Pero, en una sociedad como la nuestra que ya no es cristiana, es probable que muchos padres ya no tengan esta noción  trascendente de sus hijos. 

Esto es lo que refleja la actual situación de la educación. La perversidad intrínseca de la Reforma educacional, de la actual y de otras, es que no pretende educar al hombre   - ya sea porque no se puede saber quién es él o su concepción es falsa-  sino que en definitiva pretende capacitar mano de obra, preparar organizadores sociales competentes, fomentar mentes pensantes que procuren el mayor bienestar material posible a la mayor cantidad de gente posible. La idea de fondo de la Reforma educacional es que el hombre es de este mundo, es para este mundo y se acaba con este mundo.

Me acuerdo que años atrás, visitando una escuela básica rural, encontré un afiche didáctico que enseñaba el ciclo de la vida. En primer lugar aparecían dos árboles adultos, luego una semilla, más adelante un retoño, un árbol adulto y finalmente un árbol caído, muerto. En segundo lugar aparecía una pareja de perros, luego un cachorro, un perro adulto y finalmente un perro muerto. En tercer lugar aparecían un hombre y una mujer, luego un niño pequeño, un adulto y finalmente un hombre muerto en su cama. ¿Y después de la muerte? ¿La persona humana es esencialmente igual a los vegetales y a los animales, pero más evolucionado? ¿O hay algo que los diferencia radicalmente? Ese afiche didáctico hace ver que el hombre es de este mundo, para este mundo y se acaba con este mundo, como un árbol y un animal.

Pareciera que la educación, en los programas oficiales, se reduce a una orientación esencialmente economicista. Y en esto coinciden el liberalismo filosófico y el marxismo. Ambos marginan a Dios de la vida de los hombres, ambos niegan el ser personal del hombre.

La moderna cultura oficial de occidente es atea, es decir, sin Dios. Nuestras instituciones públicas, nuestras leyes, los medios de comunicación social prescinden de Dios. La religión queda restringida al ámbito privado, a la conciencia de cada uno, al interior de las instituciones religiosas. A lo más, el Estado tolera o permite todavía que con fondos públicos se financie la clase de religión en los establecimientos municipales o fiscales. Todavía se permite la clase de religión con la condición que sea optativa, intrascendente, que sea la “pariente pobre” de las asignaturas. Para muchos, la clase de religión es un resabio de tiempos ya pasados, superados.
 
No nos engañemos. No pretendamos “humanizar” o “cristianizar” una Reforma educacional que está pensada con criterios que contradicen el concepto de hombre que por muchos siglos primó en nuestra civilización de raíces judeo – cristianas, según la enseñanza de la Palabra de Dios, es decir, que la persona es creada por Dios a su imagen y semejanza y que, a causa del pecado, necesita de la redención de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo para que, después de esta vida, sea eternamente feliz en el cielo. Lo que podemos percibir en Chile es reflejo de lo que está aconteciendo en gran parte del mundo occidental. La renuncia a saber quién es la persona humana, reduciéndola a ser alguien sólo para este mundo, lleva a que los profesores, los padres y los mismos alumnos no estén en condiciones de darle el sentido verdaderamente humano de la educación, es decir, la razón última del acto mismo de educar. Como no se conoce la verdad del hombre y su destino último, que es Dios, no se puede captar lo que da unidad a todo el proceso educativo y, por lo tanto, es casi imposible la convergencia armónica, orgánica y coherente de todos los involucrados en la educación. Pareciera que no es posible ponerse de acuerdo, porque todos quieren algo distinto.

 Así, por ejemplo, se constata que los padres y apoderados prácticamente ya no son aliados de los profesores, sino sus opositores. Quieren que su hijo aprenda, pero discuten con el profesor a causa de una justa mala nota del hijo. Esperan que el colegio eduque en los hábitos, pero el padre es capaz de interponer una denuncia cuando el hijo es corregido por el profesor a causa de una mala conducta. Pero también existe el peligro de que el profesor a su vez desautorice a los padres de los alumnos, cuestionando o relativizando su autoridad, dándole prioridad al rol del Estado o al mismo colegio en la educación de sus hijos por sobre el derecho primero e insustituible de los padres. 

 

Señal de este ambiente tensionado y conflictivo por la falta del sentido último de la persona humana y por lo mismo de la educación, es lo que señalan los estudios respecto al ambiente humano de muchos establecimientos educacionales: Según registran algunas estadísticas, cerca de la mitad de los docentes secundarios en Francia, principalmente las profesoras mujeres, acuden al apoyo de psiquiatras o psicólogos para poder resistir su carga académica debido al desafío que les supone la conducta de los alumnos. En España, por su parte, entre muchos otros problemas que aquí presenta el plano educacional, es francamente sintomático que el Ayuntamiento de Madrid haya debido promulgar una ley que permite a los profesores, en las escuelas públicas, requisar los MP3 que utilicen los alumnos durante las clases para escuchar sus músicas preferidas, pues sin dicho respaldo jurídico los docentes permanecían inermes ante sus amenazadores pupilos y a merced de las represalias laborales provocadas por sus apoderados”.

 

Hace unos dos años, me decía un ex director de un prestigioso colegio de Santiago que en sus largos años como encargado de la dirección fue notando que el ambiente humano se iba haciendo cada vez más agresivo: en una etapa tuvo muchos problemas con algunos profesores, luego se agregó la creciente dificultad en el trato con los alumnos, pero lo que lo llevó a renunciar definitivamente a la dirección del colegio fue la nueva manera de comportarse de los padres y apoderados. Ellos se fueron convirtiendo en las personas más complicadas, quejándose por todo, amenazando continuas demandas y en muchos casos llevándolas a cabo, desautorizando a los profesores frente a los alumnos, etc.


Hay que partir de la base de que la causa principal de los problemas educacionales proviene de una crisis antropológica,  no pedagógica. La pedagogía está al servicio del hombre y de su sentido último. Y esto es lo que ha perdido la pedagogía y explica la crisis actual. No se logra formar personas íntegras en todo sentido porque el sistema educativo no se adecúa a lo que el hombre es, sino que se intenta adecuar el hombre a una cierta ideología a través de una pedagogía coherente con sus ideas. Así, el marxismo que tiene una visión materialista y economicista del hombre, implantará un sistema pedagógico que se corresponda a esa concepción del hombre. El liberalismo filosófico piensa que el hombre es dueño absoluto de sí mismo y de su libertad, rechazando toda autoridad superior que pueda limitarlo. El sistema pedagógico que implementará será coherente con su idea. En ambos casos, la persona así educada experimentará siempre un desajuste interior, una desadaptación con su entorno, vivirá la crisis de la incoherencia entre su pensar y hacer respecto a su ser creado por Dios a su imagen y semejanza, para realizarse plenamente en la verdad y el amor que lo lleva a vivir como hijo de Dios.

 

En este sentido, es posible que países con menos desarrollo que los nuestros en Occidente y con menos instrumentos pedagógicos a su alcance, logren buenos resultados educativos precisamente porque parten de una antropología que refleja la verdad del hombre y su trascendencia. En estas culturas se da el principio integrados de la educación porque se tiene en común la verdad del hombre. Así todos contribuyen a un mismo fin a partir de una misma verdad: padres y apoderados, profesores, los mismos alumnos, y las autoridades que deben legislar acerca de la educación e implementarla.

 

Esto nos lleva a plantear que la crisis de la educación es la crisis de occidente, decadente, envejecido, desesperanzado. Son las ideas de una cultura que como tal ha renunciado a la verdad objetiva, no acepta que haya un bien que oriente la acción del hombre, ha abandonado al hombre a su propia suerte quitándole la esperanza de la vida eterna. Estas ideas son las que hacen estéril todo esfuerzo de lograr una buena educación, una educación auténticamente humana.

 

Se quiere imponer una visión antropológica falsa, que no corresponde a la verdad del hombre y de la mujer. Cuando una sociedad pretende una autonomía total respecto a Dios, a la verdad y al bien se está ya en presencia de un sistema totalitario ateo. Este sistema ya no se presentará bajo la forma del nazismo o del marxismo comunista. Pero sí que tendrá sus mismos fundamentos, que en el fondo es la negación de la verdad. El modo como hoy es impone este totalitarismo ateo es a través del relativismo moral, según el cual cada uno debe vivir de acuerdo a lo que él piensa que debe hacer, al margen de toda consideración de la verdad y del bien. Hoy ya no se recurre a la violencia, pero sí que se exige ser relativista moral para poder ser aceptado en la convivencia democrática. Pero esta falta de violencia es solo aparente: el divorcio libremente asumido por el hombre y la mujer, violenta a los hijos; el aborto que se despenaliza no es obligatorio que se lo practique la mujer, es solo para quien quiera, pero se obliga al personal de salud a practicarlo aunque en conciencia le repugne y, por sobre todo, sufre violencia el niño por nacer, que es asesinado; en la eutanasia, el estado, los familiares, el sistema de salud deciden por el asesinato del enfermo o del anciano, que son quienes sufren violencia.

 

En nuestra situación concreta en Chile, no es coincidencia que el debate acerca de la educación se dé, más o menos, al mismo tiempo que la discusión de la ley del aborto y el debate acerca de lo que es la familia y el matrimonio. Luego vendrá ciertamente el tema de la eutanasia. Démonos cuenta que detrás de todo esto está una antropología errada.

Y es esta falsa antropología la que viene orientando los proyectos y programas educativos desde hace muchos años. No es algo nuevo. Les pongo un  par de ejemplos.

 

De un tiempo a esta parte, en muchos lugares, en distintos colegios, municipalizados o particulares, subvencionados o pagados, confesionales  o no, me he encontrado con el hecho que en algunas asignaturas está integrado “el debate” como método pedagógico. El debate en cuanto tal puede ser un buen instrumento para desarrollar la capacidad de hablar en público, mejorar la capacidad argumentativa, etc. Bien. Pero ¿qué es lo que yo veía que era el objeto del debate?, y aquí está la prueba que detrás de todo proyecto y programas educativos hay una ideología: cuando se quiso aprobar el divorcio, el tema de debate era el divorcio. Ahora se debate acerca del aborto, del matrimonio igualitario, de los modelos de familia, del género… Más adelante se debatirá acerca de la eutanasia, si es que ya no se está haciendo. Esto obedece a un patrón predeterminado, copiado de lo ya hecho en Europa y en Estados Unidos. No es nada novedoso, ni original.

 

El tema del “debate” es importante, porque refleja la intención de fondo de la Reforma educacional. Este ejemplo del debate que les he puesto me lleva a deducir tres cosas de la falsa antropología subyacente:

 

  1. Se debate acerca de lo que el poder del mundo quiere. Les pregunto: ¿Sería posible debatir acerca de la licitud o ilicitud de la esclavitud? Es decir, que un grupo de alumnos demuestre que es bueno esclavizar a los negros y otro grupo demuestre lo contrario. Todos respondemos con razón que no, porque no es debatible la igualdad de los derechos humanos de negros y blancos. Y si un colegio lo hiciera, tengan la seguridad que de inmediato sería sumariado. Les pregunto a ustedes: ¿En alguno de sus colegios se ha debatido sobre la esclavitud? ¿Si o no?

 

Vuelvo a preguntar: ¿Pero en sus colegios se ha debatido acerca del aborto? Es decir, que a un grupo de alumnos le corresponda defender el aborto amplio o restringido, pero aborto en definitiva, y que al otro grupo le corresponda estar en contra. Cada uno busca sus argumentos a favor y en contra. ¿Es un debate “neutro”?, ¿es solamente para ejercitar la capacidad de hablar en público? ¿O hay algo más detrás? No es coincidencia que el debate sobre el aborto se dé cuando quienes tienen el poder en sus manos quieren aprobarlo legalmente. Vuelvo a preguntar: ¿En sus colegios se ha debatido acerca del aborto? Si es si, pregunto ¿por qué? ¿Están de acuerdo con se haga este debate acerca del aborto? ¿Por qué?

 

Si yo estoy cierto de que existe la verdad del hombre, si reconocemos una antropología que se funda en el ser de la realidad, entonces nunca propondré debatir acerca de la posibilidad del aborto procurado. Frente a los abortistas, daré todos los argumentos que defiendan el derecho a nacer de todo niño en gestación. La ideología que está detrás de los debates tal como se dan de hecho en nuestras aulas, es el relativismo que niega la existencia de una verdad objetiva, absoluta, permanente. Y esa ideología, que tiene el poder en las manos, decide a cerca de qué se debate y no, qué se enseña y que no se enseña.

 

  1. Un segundo aspecto es el efecto que en los alumnos produce el debate sobre temas que tocan la antropología y los principios morales. Pongamos el caso de un alumno nacido en una familia que le ha inculcado el valor de la vida humana, se le ha enseñado que hay principios morales verdaderos, absolutos, que siempre deben ser respetados, pase lo que pase. Se le ha inculcado que entre estos principios está el respeto de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. Supongamos que además este alumno es un cristiano que participa activamente en su Iglesia, de la que ha recibido la misma formación familiar. En este contexto, para él el respeto de la vida humana es indiscutible. Pero llega a la escuela, confesional o no, y se encuentra que hay un debate acerca del aborto, es decir, ve que en su escuela, para muchos de sus compañeros y profesores es un tema discutible, debatible, escucha que un niño en el vientre de la madre podría ser eliminado y que eso sería lo correcto, lo mejor, etc. ¿Qué pretenden hacer con este alumno? El sistema pretende inculcarle el relativismo moral, pretende desautorizar la enseñanza de sus padres y de su Iglesia. Le está diciendo que es falso que existan verdades absolutas acerca de algo y que nadie tiene la verdad absoluta.

¡Cuántas veces he escuchado decir que un joven era tan bueno, participaba tanto en la Iglesia, pero ahora ya no cree ni en Dios! Ese fruto posiblemente no sea de la educación de la casa o de la Iglesia, sino que de la educación formal escolar y universitaria.

 

¿Existe la verdad absoluta? A cuantos cristianos, creyentes en Dios, les he escuchado responder que no existe la verdad absoluta. Si ese cristiano le enseña esto a un niño o a un joven, le está diciendo que ni siquiera es verdad absoluta que Dios existe. ¿Existe Dios? ¿Es verdad absoluta que existe? Si no existe la verdad absoluta, entonces tampoco puedo saber que existe Dios. Ese joven que recibe esta enseñanza, aunque sea ahora cristiano, está recibiendo el principio ideológico del agnosticismo. Cuando él sea mayor, cuando ingrese a la Universidad sacará las consecuencias: será agnóstico. No sabe si existe Dios, porque no existen verdades absolutas, como se lo dijeron en la escuela.   

 

  1. Por último, en estos debates se le inculca al alumno que el fin justifica los medios, lo importante es vencer a como dé lugar, aunque íntimamente no se esté de acuerdo con el punto de vista defendido. Es como si el alumno pensara: “Me tocó defender el aborto, aunque esté en contra de él. Pero como debo demostrar mi capacidad de convencimiento, buscaré todos los argumentos, aunque me parezcan falsos, porque yo estoy personalmente contra el aborto,   con el fin de ganar”. Es decir, se le está enseñando a no ser consecuente con sus certezas, a actuar incluso contra su propia conciencia y principios morales.

 

Para que vean que esto tiene nefastos efectos en los alumnos y aún peores cuando sean adultos, les cuento un hecho verídico. Un profesor les contó a los alumnos de 7º año básico la siguiente fábula:

 

“un día la señora Verdad, sin nada de dinero, estaba sentada en un banco de la plaza, sola porque nadie quería estar con ella y estaba un poco triste. Se le acerca la señora Mentira y la invita a almorzar a un restaurante. Acabando de comer, le dice la señora Mentira al mozo: “tráigame el vuelto, por favor”. Le dicen el mozo y la señora Verdad: “pero si usted todavía no ha pagado y está pidiendo más encima vuelto”, porque efectivamente todavía no había pagado. Es tanto lo que discuten el mozo con la señora Mentira, que aparece el dueño del restaurante y pregunta “¿qué pasa?”. El mozo y la señora Verdad le explican, pero la señora Mentira es tanto lo que alega, grita y hace escándalo que el dueño manda al mozo darle el vuelto de $15.000, porque la comida costó $5.000.- y la señora Mentira juraba que había pagado con un billete de $20.000.- El pobre mozo tuvo que pagar de su propio dinero los $15.000.-, ya que en caso contrario lo despedirían de su trabajo. La señora Mentira quedó muy contenta porque además de comer gratis se quedó con $15.000.- La señora Verdad volvió a su soledad en el banco de la plaza, pero ahora con una tristeza mayor”.

 

Después de contar esta fábula, preguntó el profesor a los alumnos ¿quién de las señoras actuó mejor y más inteligentemente? Según el profesor, todos los alumnos respondieron que había sido la señora Mentira, porque además de comer gratis, se quedó con plata. Ella salió ganando.  

Me extendí en este tema del debate, porque me parece que refleja claramente la idea que está detrás de todo el proyecto educativo y de sus programas. Los efectos sociales así lo demuestran. 
 
 
 
La educación la hacen las personas y está destinada a las personas. Es por ello que la educación debe centrarse en la persona. Pero me pregunto, porque no soy experto en la materia, ¿la reforma educacional, la de ahora y las de antes, se pregunta acerca de la persona? Yo lo que veo y escucho es que no es el centro de la reforma. Es decir, el lenguaje, los temas, las prioridades no se refieren a la persona. Nunca he escuchado en los propiciadores de la reforma una referencia, aunque sea mínima, a la persona. Simplemente no está presente la persona. Es la impresión que me deja lo que he escuchado. Ya sería importante decir algo acerca de la calidad y no solo del lucro, el copago, etc. Pero mucho más importante es decir algo de la persona que se quiere educar. 

Esto es lo que decía el Papa Benedicto XVI, a propósito de las personas involucradas en la educación:
“En realidad, no sólo están en causa las responsabilidades personales de los adult os y de los jóvenes, que ciertamente existen y no deben esconderse, sino también un ambiente difundido, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien, en última instancia, de la bondad de la vida. Se hace difícil, entonces, transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creíbles sobre los que se puede construir la propia vida” (Ibidem).

La educación tiene que ver con la verdad. Si no hay verdad, no hay educación verdadera. San Juan Pablo II relaciona la actual crisis de la sociedad con “la crisis en torno a la verdad. Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana puede conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a esta ya no se le considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora” (VS 32).

La Iglesia y, en nuestro caso, el Papa asumen ciertos principios fundamentales del recto pensar. De estos principios, nos interesa destacar el de la capacidad de la inteligencia humana para buscar y alcanzar la verdad por ser condición de una sana educación.  El Concilio Vaticano II nos señala que “la inteligencia no se limita sólo a los fenómenos, sino que es capaz de alcanzar con verdadera certeza la realidad inteligible (GS 15). San Juan Pablo II concluye que “la metafísica permite precisamente dar un fundamento al concepto de dignidad de la persona por su condición espiritual” (FR 83).  Negar la capacidad de la inteligencia humana de conocer con certeza la realidad inteligible, lleva a la afirmación  de que la razón es incapaz de conocer al hombre en su realidad metafísica. Es decir, esta negación gnoseológica trae como última consecuencia la negación ontológica del hombre, ya que no se puede conocer la existencia de aquellas cualidades que distinguen al hombre del resto de la creación, como son su condición espiritual, su misma inteligencia y voluntad, su libertad, su origen y fin en Dios, la moralidad de sus actos. Esta falsa antropología es la que está destruyendo la educación.

La postura gnoseológica recién planteada y el consecuente vaciamiento de la antropología de todo contenido trascendente, tiene repercusiones muy concretas en el campo de la dignidad de la persona humana, en el tema de los derechos humanos y, obviamente, en el campo de la educación. San Juan Pablo II enseñaba que “la Iglesia sostiene que el reconocimiento de Dios no se opone de ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios” (FR 21).  

En efecto, “se ha de tener en cuenta que la negación del ser comporta inevitablemente la pérdida de contacto con la verdad objetiva y, por consiguiente, con el fundamento de la dignidad humana” (FR 90).  Negar la capacidad que el hombre tiene de conocer la verdad inteligible, y, por lo tanto a Dios por vía racional, conduce consecuentemente a negar la capacidad de conocer al hombre y desconocer el fundamento del respeto de su dignidad. “De este modo se hace posible borrar el rostro del hombre los rasgos que manifiestan su semejanza con Dios, para llevarlo progresivamente o a una destructiva voluntad de poder o a la desesperación de la soledad. Una vez que se ha quitado la verdad del hombre, es pura ilusión pretender hacerlo libre. En efecto, verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente” (FR 90).  Y yo agrego, también perece la educación.  

Quiero ahora plantear algunos elementos básicos sin los cuales es imposible resolver el problema de la educación.

La solución para los graves problemas  que aquejan a la educación parte por el reconocimiento de la capacidad del intelecto humano de conocer la verdad objetiva, inteligible y trascendente. De esta manera puede llegar a un conocimiento cierto de Dios y de las leyes que Él ha puesto en el ser de la creación, particularmente  la ley moral inscrita en el corazón de toda persona humana. San Juan Pablo II advertía que solo Dios, “el Bien Supremo, es la base inamovible y la condición insustituible de la moralidad, y por tanto de los mandamientos, en particular los negativos, que prohíben siempre y en todo caso el comportamiento y los actos incompatibles con la dignidad personal de cada hombre. Así, el Bien supremo y el bien moral se encuentran en la verdad: la verdad de Dios Creador y Redentor, y la verdad del hombre creado y redimido por Él. Únicamente sobre esta verdad es posible construir una sociedad renovada y resolver los problemas complejos y graves que la afectan, ante todo el de vencer las formas más diversas de totalitarismo para abrir el camino  a la auténtica libertad de la persona” (VS 99). Para que la educación sea verdadera y eficaz, debe pasar necesariamente por la defensa de la capacidad de conocer la verdad, y por lo tanto supone una sana filosofía.  

Sin embargo, no basta con el reconocimiento de la capacidad intelectual del hombre para llegar a la realidad inteligible de las cosas. Éste es el supuesto metafísico necesario para una eficaz educación. Pero es además necesario tener el dato de la fe. La divina revelación y la misma experiencia nos señalan que en el hombre se da una radical impotencia para realizar todo el bien que quisiera y evitar siempre el mal. “¿De dónde proviene, en última instancia, esta división interior del hombre? Este inicia su historia de pecado cuando deja de reconocer al Señor como su Creador, y quiere ser él mismo quien decide, con total independencia, sobre lo que es lo bueno y lo malo” (VS 102). En efecto, la fe nos advierte que la profunda fragilidad del hombre es consecuencia de aquel pecado, llamado original, cometido en los inicios de la historia humana. Por ello, se requiere de la redención personal y social de Cristo para que el hombre y la sociedad alcancen su plenitud. “Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres” (CEC 407). Los cristianos estamos llamados a ofrecer a la educación en el mundo de hoy una sana gnoseología, fundamentada en una sana antropología, pero también a dar a conocer la realidad plena del hombre concreto, que además de ser creatura, está marcada por el pecado y necesita ser redimido por Jesucristo. Sólo así se puede tener una visión íntegra y completa no sólo del hombre, sino que también de la sociedad y de la educación, y por tanto se podrán buscar soluciones verdaderas a los problemas reales. Los cristianos estamos en condiciones de tener esa visión verdadera, es decir, conforme con la realidad, porque “la doctrina sobre el pecado original, vinculada a la de la Redención de Cristo, proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo”  (CEC 407).  

Pero también los cristianos estamos en condiciones de aportar el camino que de verdad conduzca al hombre y a la sociedad, a través de la educación, al fin para el que han sido creados: “sólo en el misterio de la Redención de Cristo están las posibilidades concretas del hombre” (VS 103). Por la luz sobrenatural de la fe, gratuita e inmerecida, el hombre alcanza a conocer que la soberanía de Dios respecto de la persona humana se funda no sólo en su condición de creatura sino en lo que trasciende infinitamente toda dependencia natural: que el hombre ha sido redimido por Cristo y hecho partícipe de su misma naturaleza divina. En el misterio de Cristo alcanza el hombre a conocer su propio misterio, la necesidad absoluta que tiene de abrirse a Cristo. En esta apertura del hombre y de la sociedad en todas sus dimensiones a Cristo, es decir, en el reconocimiento de la soberanía universal de Cristo, se encuentra la verdadera y definitiva clave de la solución de la educación.  

Así decía San Juan Pablo II: “Sólo dando espacio a Cristo en nuestra vida y en la de nuestras comunidades podremos resolver el problema de las muchas pobrezas que padecemos: podremos llegar a ser de verdad ricos, es decir, plenamente hombres… El verdadero problema sigue siendo el de reconocer a Cristo derecho de ciudadanía en los diferentes mundos que constituyen el mundo contemporáneo. Él y sólo Él posee el secreto de colmar toda pobreza nuestra y suscitar en nuestro corazón el gozo de la riqueza verdadera que, en definitiva, es la riqueza del amor” (Alocución 21.12.84). 

La reforma educacional y este encuentro de FIDE deben impulsarnos a cumplir con nuestra misión evangelizadora a través de la educación. Mientras mayores son los desafíos que presenta el mundo de la educación y mientras mayores son los obstáculos, hay que ser con más fuerza sal, luz y levadura para nuestra educación. Es el tiempo propicio para anunciar íntegro el mensaje del Evangelio, precisamente en tiempos en que las ideologías intentan arrebatarle al hombre su verdad de ser creaturas pecadoras necesitadas de redención. Todos los intentos ideológicos terminan en el más rotundo fracaso, como lo ha demostrado la historia. La Iglesia tiene la respuesta y la solución para el hombre y para la sociedad. La Iglesia no necesita recurrir a humanismos extraños al ser del hombre y al mensaje del Evangelio para ayudar a toda persona y a su educación integral. 

Termino esta breve presentación citando las palabras de San Juan Pablo II: Del conocimiento de la verdad de Jesucristo “derivan opciones, valores, actitudes y comportamientos capaces de orientar y definir nuestra vida cristiana y de crear hombres nuevos y luego una humanidad nueva por la conversión de la conciencia individual y social… Desde esta fe en Cristo, desde el seno de la Iglesia, somos capaces de servir al hombre, a nuestros pueblos, de penetrar con el Evangelio su cultura, transformar los corazones, humanizar sistemas y estructuras… No me cansaré yo mismo de repetir, en cumplimiento de mi deber de evangelizador, a la humanidad entera: ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora las puertas de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y el desarrollo… Frente a tantos humanismos, frecuentemente cerrados en una visión del hombre estrictamente económica, biológica o psíquica, la Iglesia tiene el derecho y el deber de proclamar la Verdad sobre el hombre, que ella recibió de su maestro Jesucristo. Ojalá no impida hacerlo ninguna coacción externa. Pero, sobre todo, ojalá no deje ella de hacerlo por temores o dudas, por haberse dejado contaminar por otros humanismos, por falta de confianza en su mensaje original. Cuando, pues, un Pastor de la Iglesia anuncia con claridad y sin ambigüedades la Verdad sobre el hombre, revelada por aquel mismo que «conocía lo que en el hombre había», debe animarlo la seguridad de estar prestando el mejor servicio al ser humano. Esta verdad completa sobre el ser humano constituye el fundamento de la enseñanza social de la Iglesia, así como es la base de la verdadera liberación” (Discurso 28.01.79) y de la educación.