jueves, 30 de julio de 2015

Es el amor de Cristo el que nos urge en el apostolado

HOMILÍA  JUEVES / SEMANA DÉCIMO SÉPTIMA / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “B”.
1.        “Moisés hizo todo conforme a lo que Dios le había mandado”. (Éxodo XL, 16)


En una oportunidad transité el tradicional puente de Brooklyn en sus casi dos kilómetros de largo. Estando allí da la impresión que pasa el mundo de un lado a otro: razas, idiomas, creencias, y culturas. Todo en el lugar parece deambular. Seguramente, si nos detenemos a conversar con los peatones sobre religión encontraremos múltiples respuestas, las cuales confluirán en una visión de un ser superior, que “más o menos” dirige el universo, en tanto que,  respecto de la vida moral no faltará un cierto denominador común de “haz el bien y evita el mal” (Salmo XXXIV, 14).  Mas, si profundizamos en lo que realmente se cree llegaremos a la conclusión  que lo que caracteriza la vida del católico fue, es y será la expectación por la segunda venida de Cristo, tal como Él lo anunció y como lo profesamos en el rezo del Credo: “y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin”.
Hoy, esperamos lo que tenemos, mañana, tendremos lo que esperamos. La expectación por la venida del Mesías tuvo su respuesta en el silencio de un portal en Belén, sin gritos, sin trompetas, sin más celebración que la de las miradas llenas de afecto de los padres hacia su único Hijo y de Éste agradecido hacia sus padres. Pasó largo tiempo para que se cumpliera la Escritura: “Dios envió al Salvador del mundo” (San Juan III, 17)  y lo hizo mostrándose “envuelto en pañales” (San Lucas II, 12).
El Evangelista San Juan, en el prólogo de su relato señala: “Vino a los suyos y los suyos no lo reconocieron” (San Juan I, 11). El Señor resucitado y glorificado vendrá pasado el tiempo de la Iglesia a juzgar a los vivos y a los muertos, para lo cual, desde ya nos  preparamos teniendo la certeza que su venida es inminente en el sentido del bien que esperamos y de la insignificancia de lo que es cada uno de nosotros. ¿Qué representa el tiempo que vivimos en relación a la historia del universo?
Desde hace siglos el hombre ha pretendido suplantar el protagonismo de Dios, la creatura aparece ahora rivalizando con su Divino Creador. Si el primer pecado fue que el hombre quiso ser como un Dios, ahora ese hombre pretende enfrentarse con su Dios creyendo ser un dios.
Si muchas veces podemos decir: “El tiempo pasa volando”, con mayor razón lo afirmamos respecto de nuestro camino recorrido, en el tiempo que hasta la fecha Dios nos ha regalado…si hacemos una línea del tiempo y colocamos los diversos hitos de nuestra vida, veremos que ha pasado realmente “el tiempo volando” y que, en realidad, vista la historia del mundo resulta mínimo el tiempo que viviremos.

2.        “Dichosos los que moran en tu casa, te alaban por siempre”. (Salmo LXXXV, 54).
En la actualidad muchos hablan del mundo como una “aldea global”, en virtud que los tiempos y distancias parecen haberse abreviado notablemente. Por cierto, el hogar adquiere un ámbito más universal, en tanto que,  el universo parece revestirse de las características que antaño reservamos exclusivamente a una realidad doméstica. Por esto, la Iglesia inserta “en el mundo sin ser del mundo” (San Juan XV, 19), nos exhorta a abrir de par en par las puertas de corazón, de nuestra vida, de nuestro ser, al amor de Dios, punto de inicio y llegada de todo cuanto existe.
San Pablo nos recuerda que “la caridad de Cristo nos urge” (2 Corintios V, 14) es decir, nos apremia procurar transmitir la misericordia de Dios al mundo, pues, en vistas a su advenimiento en la Parusía, la vivencia de la caridad constituye un signo y un anticipo de su presencia.
Por esto, diremos que nadie vive más actualizadamente que aquel que procura hacer del amor de Dios el inicio de sus palabras, el impulso de sus acciones y el origen de sus sentimientos, a la vez que,  el procurar hacer vida el mandamiento de oro de Jesús nos lleva a ser verdaderamente fermentos de un progreso humano que sólo perdura si va de la mano con la verdad y el bien.
En cambio, los que viven sacando a Dios de la sociedad, y promoviendo una cultura agnóstica,  son retrógrados porque pretenden una vida humana prehistórica donde el deseo y el instinto tienen según ellos la última palabra en la vida humana. Y, no es así. ¡Somos más que instintos! Hay un alma que nos permite buscar, encontrar y vivir según el querer de Dios, que nos permite mirar el cumplimiento de su voluntad como el verdadero camino para nuestra realización. Jóvenes: ¿Quieren ser libres? Amen a Dios… ¿Desean que otros sean libres? Muéstrenles a Aquel que dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida(San Juan XIV, 6).
3.       “Es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases”. (San Mateo XIII, 47).
En sólo un versículo nuestro Señor nos enseña hoy una hermosa parábola, en la cual nos invita a descubrir dónde debe mostrarse ese amor que hemos descubierto y que Dios nos ha revelado inmerecidamente.  
Entonces, nuevamente nuestro corazón retorna a Belén. Allí Dios tendió la mano a toda la humanidad. La red del amor de Dios se abrió para abrazar a todos, para llamar a todos y para ofrecer a todos una nueva vida en Jesucristo quien es la palabra definitiva del Padre. Ese día aconteció algo maravilloso, que nos lo dice el Santo que la Iglesia honra en este día: “Aquel primer Adán fue plasmado del barro deleznable; el ultimo Adán se formó en las entrañas preciosas de la Virgen. En aquel, la tierra se convierte en carne; en Éste, la carne llega a ser Dios” (San Pedro Crisólogo, Sermón CVII).
a). En primer lugar, la red fue hecha para recoger, es lo propio. Una red que deja pasar no sirve. Nuestra Iglesia sirve en la medida que acoge.  Cultivemos una comunidad de “bienvenidas” más que de “despedidas”. Sed más “soñadores” que “historiadores”, animándose mutuamente a impulsar nuevos proyectos, mejores iniciativas para ver como todo puede mejorar según el querer de Dios.
b). En segundo lugar,  la red no puede quedarse a la orilla, sino que  debe se debe ir mar adentro. Sólo en las aguas profundas se hecha la red. No es una frágil malla que capta los peces de orilla, sino que apunta a la generosidad de los frutos insertos en las aguas más profundas. ¡Duc in altum! (San Lucas V, 4).
c). En tercer lugar, la red se lanza en el mar. La Iglesia está presente en el mundo. Es parte del mundo pero no le pertenece al mundo ni es esclava de él, para dejarse seducir como una veleta por las simples brisas, ni para presentarse como una mendiga de verdades y novedades. Nuestra vida de apostolado tiene como ejemplo la respuesta de Simón Pedro en medio de la pesca infructuosa: “Por tu palabra Señor echaré nuevamente las redes” (San Lucas V, 4-6), a pesar del cansancio, de la fatiga, de la incomprensión y la aparente esterilidad de nuestro emprendimiento apostólico. La orden fue dada por Jesús, es su pesca, en la cual estamos llamados a servir. No nos adueñemos del apostolado,  que el único Jefe es el Señor. ¡A Él nos debemos!

d). En cuarto lugar, la red recoge toda clase de peces: en la Iglesia,  a la cual pertenecen los que han recibido el sacramento del bautismo,  encontramos “toda clases de peces”. Compartir la fe es el imperativo que permite convivir con diferentes personalidades, y culturas. Aunque diferentes, permanece sobre toda fuerza y debilidad, la unidad que nace desde el vínculo de la fe.
Como en toda obra de Cristo, desde Caná de Galilea  al Cenáculo en Pentecostés, la presencia de nuestra Madre Santísima, no es algo cosmético ni circundante en el devenir de la única Iglesia fundada por Jesucristo, sino que la devoción a la Virgen es inherente a nuestra fe católica, de tal manera que nuestra vida entera está llamada a ser una constante entrega, un permanente “hágase” que nos lleve a decir a toda hora y en cualquier lugar: ¡Si a Cristo…Si a su Iglesia…Si a la Virgen María!
¡Viva Cristo Rey!
          
Pbro. Jaime Herrera González, Cura Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro