lunes, 21 de diciembre de 2015

Jesús es camino, verdad y vida

 HOMILIA PRIMERA COMUNIÓN SAINT PETER’S  DICIEMBRE 2015.



Cercanos a celebrar la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, nos reunimos en este tradicional templo para participar en la Santa Misa donde un grupo de alumnos del Colegio Saint Peter’s recibirá a Jesús sacramentado por primera vez.

Numerosas e ininterrumpidas generaciones de alumnos del Colegio han recibido a Jesús Sacramentado en este lugar sagrado, las últimas  seis décadas. Vuestra entusiasta presencia hoy, confirma y acrecienta el espíritu confesional del estableciendo, reconocido como Colegio de Iglesia desde 1993, y que está cercano a cumplir,  en sólo tres años más, un siglo de existencia. Esto, nos hace considerar que –Dios mediante- formarán parte de la generación centenario, lo cual implica, a la vez,  bendiciones y responsabilidades
                                                                                                                                                          Es un día lleno de fe, lleno de alegría,  y de esperanza sustentada en la presencia del Señor que viene en su alma y cuerpo cada vez que comulgamos. Verdaderamente como enseñó el apóstol San Pablo “comemos y bebemos el precio de  nuestra redención”. Nada más noble que podamos recibir, nada más edificante en que podamos apoyarnos, y nada más verdadero que nos pueda iluminar.
Jesús es el Camino, la verdad y la vida, para nosotros y para la sociedad.

a). Jesús es el Camino: A la edad de ustedes –queridos alumnos- el salir a caminar entraña –esencialmente- la dimensión de aventura. De ir en busca de lo que nadie ha descubierto, que es capaz de sorpréndenos por la belleza del paisaje, y que por cierto,  encierra un dejo de  misterio, es decir, que excede nuestra capacidad de recorrer todo sendero, quedando algo por descubrir, y por lo tanto, invitándonos a regresar.

El “camino” fue uno de los nombres que Jesús refirió a si mismo. ¿Por qué lo hizo? A lo largo de su vida el hombre experimenta una realidad en cualquier parte del mundo donde viva. Percibe que su vida es transitoria: a este mundo vendremos, en este mundo estaremos y de este mundo partiremos, todo lo cual implica como el “seguimiento” de un camino.

Pero –también- existe la “peregrinación” donde muchos acuden a un lugar determinado con el fin de venerar la presencia de Dios, tal como acontece en el Santuario de Nuestra Señora de Lo Vásquez cada ocho de diciembre –en tres días más- o en el Santuario de Santa Teresa de Los Andes, al que concurren diariamente muchísimas personas para encomendarse a su protección. Notable testimonio de una religiosa de clausura que es capaz de mover la fe de tantos hacia su casa en los faldeos de Los Andes, lugar que ha sido descrito como la capital religiosa de Chile (Cardenal Ángelo Sodano).

El corazón de aquella joven  cobijó la certeza desde pequeña de seguir el camino trazado por el Señor para su vida, lo que le permitió llevar una vida “normal”, entendida como una vida de profunda cercanía con Jesús en la Misa dominical; una vida apostólica de avanzada, donde se esmeraba en procurar acercar a sus familiares y amistades hacia una vida cristiana más coherente; una acrecentada devoción a la Santísima Virgen María con la oración diaria del Santo Rosario, todo lo cual iba de la mano  con una actitud de saberse muy acorde con un espíritu de aventura, de realización con su familia, de sintonía con sus amistades, de gran espíritu deportista, practicando equitación, natación en el mar y hasta tenis, cosa que para las jóvenes su tiempo parecían como lejanas y hasta, en ocasiones  impropias.

Su vida cristiana fue un verdadero camino de perfección, donde el valor divino de lo humano le hizo transitar normalmente en su vida, sin pausas ni prisas indebidas, evitando ceder a la tentación del progresismo que consiste en idolatrar un avance permanente olvidando sus raíces, su origen y la experiencia pasada, cediendo a la tentación de pensar tan erróneamente que todo lo nuevo es bueno como lo pasado fue mejor.
Esto, produce un quiebre generacional que tiene como consecuencia que los miembros de la familia que son mayores y ancianos no parecen tener lugar en el horizonte existencial de las nuevas generaciones. Santa Teresa de los Andes supo seguir el camino de la integración, de la complementación por lo que se sentía tan cercana a sus padres y a su familia como a sus amistades. Es signo de madurez saber compatibilizar el cariño y el  tiempo dedicado a los padres como a las amistades; el saber vincular el tiempo del estudio con el del sano y necesario esparcimiento.
Esto último,  como saben,  incide fuertemente en la vida al interior del hogar, como a la vez puede ser  síntoma de sus fortalezas y debilidades. El Papa Francisco nos invita a ser peregrinos del diálogo al interior del hogar, especialmente a la hora de la comida, donde como familia nos podemos reunir: “Cuando los hijos en la mesa están pegados a la computadora, al celular, y no se escuchan entre ellos, esto no es familia, son jubilados(12 de Noviembre del 2015).
Por ello, debemos dejar de lado todo lo que imposibilite la conversación familiar, aunque inicialmente ello, nos cueste algún sacrificio, el bien obtenido de estar en familia vale la pena hacer cualquier esfuerzo.
Así lo entendió Santa Teresa de Los Andes, quien supo compatibilizar su vida cristiana con su vida familiar, procurando ser camino creíble para sus amistades. En efecto, ella misma escribe que “he adquirido fama con mis tentaciones de risa. No hacemos otra cosa que bromear. En la mesa, era tanto lo que bromeábamos y nos reíamos, que a veces no podía comer. Y lo más trágico era que el padre que rezaba después de la comida, en la mitad del rezo no podía continuarlo de la risa, pues lo contagiábamos” (Carta Nº 43, Cunaco 20 de Noviembre de 1918).
Jesús es el único camino por el que podemos avanzar. Con esta expresión nos invita a seguirle para alcanzar la salvación.  Jesús es el puente que ha conectado definitivamente un extremo al otro: a Dios y el hombre de todos los tiempos, por medio de su gracia entregada en la Eucaristía, en ella, no sólo somos partícipes de una “bendición” sino el autor de toda gracia. Entonces, en este camino de retorno a la Casa de Dios Padre no estamos solos ni vamos a la deriva: Tenemos la certeza: ¡Cristo camina junto a nosotros siempre!
b). Jesús es la verdad: Una de las características más notables que posee toda persona es la necesidad de darse a conocer, de comunicarse  y de relacionarse con otras personas. !No somos islas! Nos damos cuenta día a día, que la palabra es un  don inmenso que poseemos y necesitamos. Por otra parte, es evidente que la palabra mal usada puede incluir una amenaza, una mentira, y una ofensa.
Por medio de una palabra el corazón puede alegrarse y confiar, una palabra tiene la capacidad de levantar al que está en el suelo, de despertar al que se ha dormido, de hacer reír a quien está triste. Por esto, la Santa Biblia nos enseña la unión que hay entre la palabra y la verdad, toda vez que,  al inicio del Santo Evangelio de San Juan leemos que “la Palabra vino a los suyos” (San Juan I, 11)  refiriéndose a Jesucristo que fue, es y será la Palabra definitiva de Dios Padre. ¡En Jesús Dios habló de una vez para siempre al mundo!
A esta edad deben ya aprender el valor que tiene decir la verdad siempre, evitando la mentira que afea nuestro corazón, haciéndolo vacilante y poco creíble cuando prometemos y no cumplimos, o cuando elevamos  juicios temerarios sin tener la certeza de lo que afirmamos. Por ello, quien recibe a Jesús en su corazón por primera vez, debe esforzarse por evitar toda expresión impropia y palabra soez que resulte tan impura como ofensiva.
La Palabra de Dios enseña que: “La mentira es una tacha infame en el hombre” (Eclesiástico XX, 26). Dice un antiguo refrán que “la mentira tiene pies cortos”,  lo cual significa que se le descubre con rapidez. Además, quien dice la verdad vive en paz;  la verdad libera, la mentira esclaviza puesto que cuando uno miente,  se avanza por el estresante sendero de ocultar lo debido, lo que es opuesto a mostrar con orgullo la verdad de lo que es. Cada creyente debe ser un servidor del esplendor de la  verdad.
c). Jesús es la Vida:  La realidad de lo que celebramos en cada Santa Misa dice relación con la muerte y la vida, pues, Jesucristo ofreció al Padre Eterno su propia vida por el camino de la Pasión y Muerte en la Cruz, de la cual salió victorioso al tercer día resucitado. Ello no sólo fue causa de alegría, sino también del crecimiento de la fe de sus discípulos quienes, como sabemos,  inicialmente se dejaron llevar por la melancolía y desesperanza durante los días que estuvo sepultado, mas, al tercer día, sus vidas se transformaron completamente al contemplar a Jesús  nuevamente vivo en medio de ellos.

Así, en Jesús Resucitado se hace posible una “vida nueva” (Romanos VI, 4), que difiere totalmente de la que uno ha tenido antes de conocer  y de estar con Jesucristo. El encuentro “cara a cara” que tenemos el día de nuestra Primera Comunión es inolvidable porque se inicia una etapa totalmente nueva en nuestro corazón porque a él viene Jesús. ¡Viene para quedarse junto a nosotros! ¡Viene para iluminarnos! ¡Viene para fortalecernos!
Más de alguna vez, cuando hemos dejado de comer durante mucho tiempo experimentamos la debilidad de nuestro cuerpo, y en ocasiones, hasta se oscurece la vista al momento de desmayarse de hambre. Algo semejante acontece con nuestra alma cuando no se alimenta de Jesucristo el “Pan de vida”. Por ello, es necesario seguir lo que nuestra Iglesia nos manda respecto a comulgar frecuentemente: participando de manera “consiente, activa, puntual,  y piadosa” en la Santa Misa en el Día del Señor y en las fiestas de guardar, limpiando con regularidad nuestro corazón con el sacramento de la confesión, y con el debido ayuno eucarístico que  implica no comer nada una hora antes de comulgar, lo que disciplina el corazón. Un antiguo Obispo de la Iglesia se preguntaba sobre los efectos del ayuno, y respondía: “expulsa a los demonios, libra de los malos pensamientos, alegra la mente y purifica el corazón” (San Atanasio).
Cercanos al inicio del Año de la Misericordia nuestra mirada se detiene en el llamado que nos hace el Romano Pontífice en orden a vivir intensamente las obras de misericordia  espirituales y corporales en la Iglesia y en el  mudo, teniendo presente que no podemos ser plenamente misericordiosos si acaso no participamos frecuentemente de la Sagrada Comunión, la cual,  lejos de ser un premio a quien lo recibe,  implica más bien, un mayor compromiso en vistas a dar a conocer a Jesucristo como la Verdad, el Camino y la Vida.
Jesús viene por primera vez a cada uno de ustedes, pero –también- a través de vuestra fe quiere llegar a quienes están llamados a conocerle, a cuantos están invitados a retornar a la plena comunión, a quienes llama a una vida nueva donde el distintivo de la sociedad sea el amor a Dios sobre todas las cosas, y el amor al prójimo tal como Nuestro Señor nos ha amado.
Que nuestra Madre Santísima les obtenga la gracia necesaria para ser fieles a Jesús todos los días de vuestra vida  ¡Viva Cristo Rey!
            
      Misa Padre Jaime Herrera                 Jaime Herrera Sacerdote Valparaíso               Diócesis de Valparaíso Chile

            
       PADRE JAIME HERRERA               SACERDOTE JAIME HERRERA         PARROQUIA PUERTO CLARO







lunes, 14 de diciembre de 2015

Esposos para ser felices y santos

T HOMILÍA MATRIMONIO RIETOURD  & PEREYRA / NOVIEMBRE 2015


1.      “Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad” (Daniel XII, 1-3).
Cuando emprendemos un viaje, con frecuencia nos preocupamos de los más mínimos detalles que puede implicar: la distancia, la salud, los recursos, el medio de movilización, el número de los integrantes. De todos estos factores depende el lugar hacia donde partiremos.
La celebración del Santo Matrimonio es como un viaje. Se han preparado de manera remota e inmediata, en verdad, desde el sacramento del bautismo que tempranamente recibieron, y a lo largo de toda la vida se han ido preparando para llegar a este día. No es un acto fruto del instinto egoísta, ni del simple deseo que un día está presente y a la jornada siguiente es ausencia y nostalgia; mucho menos es un acto fruto del ciego azar, cuya realidad deja gélida cualquier esperanza.
Dios inscribió en el hombre y la mujer una vocación al matrimonio que implica una dimensión de complementariedad que va más allá de la simple convivencia, pues,  es un acto que conscientemente se asume, mediante el cual mutuamente se donan de manera exclusiva y perpetua, en un estilo de vida donde sólo puede existir futuro si acaso está presente el rostro de quien es el ser amado.
El camino que Dios les pide recorrer tiene un rostro, tiene una mirada, tiene una voz. Desde el instante que se conocieron  de algún modo ya optaron por unirse en santo matrimonio. Hubo algo distinto, totalmente nuevo, diferente que el alma descubrió, casi diríamos “instantáneamente” por lo cual hicieron lo humanamente imposible para conquistar el corazón de quien en unos instantes dirá “si acepto”.
Probablemente, al inicio debieron vencer temores, dudas, y largas divagaciones, las cuales impedían que el corazón hablase con la claridad que anhelaban, todo lo cual, con el paso del tiempo,  fue haciéndose más expedito, toda vez que el lenguaje del mutuo amor les iba resultando crecientemente accesible. Es cierto que el tiempo sana las heridas, pero también permite que al amor despliegue las raíces firmes en el corazón.
Y, hubo voces de familiares y amistades, que con sano interés evidenciaban las fortalezas y debilidades. Muchas veces el camino que Dios nos propone pasa por un tiempo de desierto, donde todo parece tan incierto como evidente a la vez al interior de nuestra alma. Por esto, la mutua opción  tuvo como protagonista decisiva la Palabra del Señor reconocida en la oración. Más allá de la riqueza de vuestras conversaciones a solas, es indudable que Jesucristo no ha guardado silencio al momento de alentar vuestra determinación de contraer el santo Matrimonio en este día.  
En este caminar juntos que inician, nunca más marcharán solos. Indudablemente, estará el Señor con ustedes, no como el peregrino que viene por un instante a “acompañarlos” sino como el huésped que ha venido para quedarse y ser protagonista en el extenso viaje de una vida en común.
A partir de esta tarde, ya no se tratará de “lo que me pasa”, ni de “lo que te pasa”, ahora todo será en plural: ¡aquello que nos pasa!, en todo lo cual no es algo estrictamente bilateral sino tripartito, diríamos según la  nomenclatura  diplomática. En efecto, la presencia de Jesucristo es determinante cuando queremos avanzar en la vida: lo fue para Simón Pedro que mientras se hundía en medio las aguas turbulentas de la desconfianza mar adentro clamó ¡Sálvame, Señor!; lo fue para los nostálgicos peregrinos de Emaús, que tristes caminaban hacia su ciudad natal porque “ya nada ha pasado”.
El encuentro con Jesús es siempre decisivo, más aun si tiene ocasión con el inicio de una nueva vida como es la que acontece al recibir hoy el sacramento del matrimonio. Ya no son dos; ya no reciben separadamente la bendición del Señor; ya no caminan solos por la vida: entonces, porque  el Autor de la Vida camina en vuestras almas,  es que son uno solo.
Así lo dice la Escritura: “Por eso dejará el hombre a su padre y a madre, se unirá a su mujer, y ya no serán dos sino uno solo”. La misma liturgia, que es la celebración viva de lo que se cree nos lo muestra cuando los novios han ingresado separadamente al templo, y al culminar la celebración,  gozosos egresan del templo tomados de la mano para indicar que realmente, desde el mutuo consentimiento son una sola alma y un solo cuerpo  benditos por Dios.
2.      “Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre” (Salmo XVI, 5.8-11).
Uno viaja no sólo para conocer nuevos lugares y tener inéditas experiencias. Uno viaja para “pasarlo bien”, es decir, “para ser feliz”. Esta primera dimensión del sentido de una vida matrimonial debe ser rubricada en nuestro tiempo, donde la vorágine exacerbada del activismo y la productividad muchas veces terminan mutilando la vida matrimonial,  limitándola a un simple  “permanecer juntos”, a un “poseer cosas juntos”, a un “proyectarse juntos”, pero no siempre,  a un ser realmente felices juntos. Nunca el tener puede estar sobre el ser, también esto es aplicable al plano de la mutua felicidad como esposos.
Hermanos: La felicidad no es un disfraz que se puede arrendar por un tiempo determinado; ni es una vestimenta que se prueba y tiene ticket de recambio. En el bautismo ambos se “revistieron de Cristo” de una vez para siempre, como hijos de Dios asumen este camino mutuo como el único viable para ser plenamente felices. Ambos apuestan por una vida unida para siempre, como hermosamente lo hace presente sintéticamente la fórmula del mutuo consentimiento que ratificarán: “prometo serte fiel, en lo favorable y adverso, con salud o enfermada, para así amarte y respetarte todos los días de mi vida”.
3.      “Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados” (San Pablo a los Hebreos X, 14).
La Segunda lectura de ese día, nos recuerda el llamado universal a la santidad. Hacia  allá vamos. El camino de todos los consagrados bautismalmente, es a buscar la perfección según el querer de Dios: ¡Dios lo quiere! ¡Dios quiere matrimonios santos! ¡Dios quiere esposos jóvenes que sean santos! Se casan hoy para alcanzar la santidad, porque han descubierto que este es el camino para llevar más fácil, rápida y perfectamente a la Bienaventuranza eterna.
Para vencer el calor y cansancio del camino que inician Jesucristo los invita a nutrirse del Pan que vitaliza y la Vid que fortalece, en la Santísima Eucaristía. Si asumimos que el matrimonio es una senda de mutua perfección, que suele incluir múltiples dificultades donde “la vida no es fácil”, y si acaso a ello le sumamos que socialmente no es moda estar casados por la Iglesia, entonces: ¿Cómo se puede alcanzar una vida perfecta como matrimonio hoy?
La respuesta es que humanamente es imposible, mas  con la ayuda de Dios si lo es. Por ello, los esposos deben procurar ser en todo momento veraces intérpretes del amor de Dios, fidedignos espejos donde se refleje la bondad, la misericordia, y la verdad, de un Dios que ha querido tomar parte de nuestra vida de manera plena desde que “el Verbo de Dios de hizo carne y habitó en medio nuestro”.
Es así –entonces- que, en torno a una mesa nuestro Señor Jesús realizó grandes prodigios. Al inicio de sus milagros en Caná de Galilea bendijo a una pareja de novios. Como entonces, en nuestros días,  un buen vino es ocasión para brindar, para animar el corazón…cuando se consume razonablemente, tal como esperamos ha de ser en unas horas más. Si ya lo dice la Escritura: “El vino alegra el corazón de hombre”.
En torno a una mesa el Señor celebró la Institución de la Santísima Eucaristía, ocasión donde previamente nos dio el mandato de la caridad fraterna. Dicho precepto no viene a limitar nuestra libertad sino a darle su más perfecto sentido toda vez que Cristo no es el rival de la libertad humana sino su principal garante. Desde esta realidad, la vida del hombre y la mujer unidos en matrimonio se ve fortalecida porque está fundada sobre los preceptos establecidos por Dios mismo, que son inmodificables por el arbitrio del hombre en cuanto fueron escritos por el mismo Dios, que no borra con el codo lo que escribe con su mano.
Él hace que la vida familiar sea familiar; Él hace que la vida familiar sea una constante donación, ÉL hace que los esposos sean tan santos como felices a la vez. Amén.

Padre Jaime Herrera González / Cura Párroco de Puerto Claro / Valparaíso / Chile.
 
        PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ VIÑA