HOMILÍA JUEVES / SEMANA DÉCIMO SÉPTIMA / TIEMPO
ORDINARIO / CICLO “B”.
1.
“Moisés hizo todo conforme a lo que Dios le
había mandado”. (Éxodo XL, 16)
En una oportunidad transité el tradicional puente de Brooklyn en sus
casi dos kilómetros de largo. Estando allí da la impresión que pasa el mundo de
un lado a otro: razas, idiomas, creencias, y culturas. Todo en el lugar parece
deambular. Seguramente, si nos detenemos a conversar con los peatones sobre
religión encontraremos múltiples respuestas, las cuales confluirán en una
visión de un ser superior, que “más o
menos” dirige el universo, en tanto que, respecto de la vida moral no faltará un cierto
denominador común de “haz el bien y evita
el mal” (Salmo XXXIV, 14). Mas, si
profundizamos en lo que realmente se cree llegaremos a la conclusión que lo que caracteriza la vida del católico
fue, es y será la expectación por la segunda venida de Cristo, tal como Él lo
anunció y como lo profesamos en el rezo del Credo: “y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino
no tendrá fin”.
Hoy, esperamos lo que tenemos, mañana, tendremos lo que esperamos. La
expectación por la venida del Mesías tuvo su respuesta en el silencio de un
portal en Belén, sin gritos, sin trompetas, sin más celebración que la de las
miradas llenas de afecto de los padres hacia su único Hijo y de Éste agradecido
hacia sus padres. Pasó largo tiempo para que se cumpliera la Escritura: “Dios envió al Salvador del mundo” (San Juan III, 17) y lo
hizo mostrándose “envuelto en pañales”
(San Lucas II, 12).
El Evangelista San Juan, en el prólogo de su relato señala: “Vino a los suyos y los suyos no lo
reconocieron” (San Juan
I, 11). El Señor resucitado y glorificado vendrá pasado
el tiempo de la Iglesia a juzgar a
los vivos y a los muertos, para lo cual, desde ya nos preparamos teniendo la certeza que su venida
es inminente en el sentido del bien que esperamos y de la insignificancia de lo
que es cada uno de nosotros. ¿Qué representa el tiempo que vivimos en relación
a la historia del universo?
Desde hace siglos el hombre ha pretendido suplantar el protagonismo de
Dios, la creatura aparece ahora rivalizando con su Divino Creador. Si el primer
pecado fue que el hombre quiso ser como un Dios, ahora ese hombre pretende
enfrentarse con su Dios creyendo ser un dios.
Si muchas veces podemos decir: “El
tiempo pasa volando”, con mayor razón lo afirmamos respecto de nuestro
camino recorrido, en el tiempo que hasta la fecha Dios nos ha regalado…si
hacemos una línea del tiempo y colocamos los diversos hitos de nuestra vida,
veremos que ha pasado realmente “el
tiempo volando” y que, en realidad, vista la historia del mundo resulta
mínimo el tiempo que viviremos.
2.
“Dichosos los que moran en tu casa, te alaban
por siempre”. (Salmo LXXXV, 54).
En la actualidad muchos hablan del mundo como una “aldea global”, en virtud que los tiempos y distancias parecen
haberse abreviado notablemente. Por cierto, el hogar adquiere un ámbito más
universal, en tanto que, el universo
parece revestirse de las características que antaño reservamos exclusivamente a
una realidad doméstica. Por esto, la Iglesia inserta “en el mundo sin ser del mundo” (San Juan XV, 19), nos exhorta a
abrir de par en par las puertas de corazón, de nuestra vida, de nuestro ser, al
amor de Dios, punto de inicio y llegada de todo cuanto existe.
San Pablo nos recuerda que “la
caridad de Cristo nos urge” (2
Corintios V, 14) es decir,
nos apremia procurar transmitir la misericordia de Dios al mundo, pues, en
vistas a su advenimiento en la Parusía, la vivencia de la caridad constituye un
signo y un anticipo de su presencia.
Por esto, diremos que nadie vive más actualizadamente que aquel que procura hacer del amor de Dios el
inicio de sus palabras, el impulso de sus acciones y el origen de sus
sentimientos, a la vez que, el procurar
hacer vida el mandamiento de oro de Jesús nos lleva a ser verdaderamente fermentos
de un progreso humano que sólo perdura si va de la mano con la verdad y el
bien.
En cambio, los que viven sacando a Dios de la sociedad, y promoviendo
una cultura agnóstica, son retrógrados
porque pretenden una vida humana prehistórica donde el deseo y el instinto
tienen según ellos la última palabra en la vida humana. Y, no es así. ¡Somos
más que instintos! Hay un alma que nos permite buscar, encontrar y vivir según
el querer de Dios, que nos permite mirar el cumplimiento de su voluntad como el
verdadero camino para nuestra realización. Jóvenes: ¿Quieren ser libres? Amen a
Dios… ¿Desean que otros sean libres? Muéstrenles a Aquel que dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (San Juan XIV, 6).
3.
“Es
semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces
de todas clases”. (San
Mateo XIII, 47).
En sólo un versículo nuestro Señor nos enseña hoy una hermosa
parábola, en la cual nos invita a descubrir dónde debe mostrarse ese amor que
hemos descubierto y que Dios nos ha revelado inmerecidamente.
Entonces, nuevamente nuestro corazón retorna a Belén. Allí Dios tendió
la mano a toda la humanidad. La red del amor de Dios se abrió para abrazar a
todos, para llamar a todos y para ofrecer a todos una nueva vida en Jesucristo
quien es la palabra definitiva del Padre. Ese día aconteció algo maravilloso,
que nos lo dice el Santo que la Iglesia honra en este día: “Aquel primer Adán fue plasmado del barro deleznable; el ultimo Adán se
formó en las entrañas preciosas de la Virgen. En aquel, la tierra se convierte
en carne; en Éste, la carne llega a ser Dios” (San Pedro Crisólogo, Sermón CVII).
a). En primer lugar, la red fue hecha para recoger, es lo
propio. Una red que deja pasar no sirve. Nuestra Iglesia sirve en la medida que
acoge. Cultivemos una comunidad de “bienvenidas”
más que de “despedidas”. Sed más “soñadores” que “historiadores”, animándose
mutuamente a impulsar nuevos proyectos, mejores iniciativas para ver como todo
puede mejorar según el querer de Dios.
b). En segundo lugar, la red
no puede quedarse a la orilla, sino que
debe se debe ir mar adentro. Sólo en
las aguas profundas se hecha la red. No es una frágil malla que capta los peces
de orilla, sino que apunta a la generosidad de los frutos insertos en las aguas
más profundas. ¡Duc in altum! (San
Lucas V, 4).
c). En tercer lugar, la red se lanza en el mar. La Iglesia
está presente en el mundo. Es parte del mundo pero no le pertenece al mundo ni
es esclava de él, para dejarse seducir como una veleta por las simples brisas,
ni para presentarse como una mendiga de verdades y novedades. Nuestra vida de
apostolado tiene como ejemplo la respuesta de Simón Pedro en medio de la pesca
infructuosa: “Por tu palabra Señor echaré
nuevamente las redes” (San Lucas V, 4-6),
a pesar del cansancio, de la fatiga, de la incomprensión y la aparente
esterilidad de nuestro emprendimiento apostólico. La orden fue dada por Jesús,
es su pesca, en la cual estamos llamados a servir. No nos adueñemos del
apostolado, que el único Jefe es el
Señor. ¡A Él nos debemos!
d). En cuarto lugar, la red recoge toda clase de peces: en
la Iglesia, a la cual pertenecen los que
han recibido el sacramento del bautismo,
encontramos “toda clases de
peces”. Compartir la fe es el imperativo que permite convivir con
diferentes personalidades, y culturas. Aunque diferentes, permanece sobre toda
fuerza y debilidad, la unidad que nace desde el vínculo de la fe.
Como en toda obra de
Cristo, desde Caná de Galilea al
Cenáculo en Pentecostés, la presencia de nuestra Madre Santísima, no es algo cosmético ni circundante en el devenir de la única Iglesia fundada por
Jesucristo, sino que la devoción a la Virgen es inherente a nuestra fe católica,
de tal manera que nuestra vida entera está llamada a ser una constante entrega,
un permanente “hágase” que nos lleve
a decir a toda hora y en cualquier lugar: ¡Si a Cristo…Si a su Iglesia…Si a la
Virgen María!
¡Viva Cristo Rey!
Pbro.
Jaime Herrera González, Cura Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de
Puerto Claro