“Una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima
sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios” (San
Agustín de Hipona).
La
verdad siempre se debe decir: El niño debe comprender lo que se le está diciendo.
No temer usar la palabra “muerte”,
con la salvedad de acompañarla con el
deseo de tenerle siempre presente, que se le va a recordar agradecidamente pues,
junto a él se pasaba gratamente.
Mensaje
adaptado a la edad: Teniendo
presente que no todos los niños maduran igualmente a determinada edad. Los
niños si preguntan deben obtener una respuesta segura y clara respecto de lo
que significa la muerte.
No
usar muchas metáforas: Para
una familia creyente la explicación que el fallecido “está en cielo” puede ser eficaz, pero para aquel pequeño que no
tiene una sólida formación religiosa puede parecerle que el ser querido va de
viaje. Actualmente, un niño desde los seis o siete años sabe lo que es la
muerte porque constantemente la encuentra anunciada en los diversos medios de
comunicación. Los padres de familia deben hablar de la trascendencia del alma
humana para que los niños comprenden mejor el misterio de la muerte de un ser
querido, particularmente aquella que es inesperada.
Dar
un mensaje oportuno: Sin prisa indebida
ni tardanza impropia es necesario dar a conocer la noticia de la muerte
de un ser querido, para ello, es conveniente rezar a Dios para que le conceda,
a los padres de familia, la gracia de
encontrar las palabras más oportunas.
A nadie
bendice más Dios, que al padre y madre de familia en orden a iluminar a sus
hijos con la fe y fortalecerlos en la práctica de las virtudes.
Como
padres tengan certeza en que Dios les apoyará en todo momento y en cada
palabra.
En el Cielo
es tan grande la felicidad que sólo eso puede llenar el corazón de quien llega a él. Nada más podemos aspirar nada
mayor podemos obtener que estar con Dios para siempre.
No
temer expresar dolor ante la muerte: Jesús lloró ante la muerte de su amigo Lázaro.
Cristo es perfecto Dios y perfecto hombre. Quiso con ello dar ejemplo de
acompañar el sufrimiento que se tiene ante la partida de un ser querido, en
todo momento debe estar acompañado del anuncio de la resurrección definitiva.
El hombre está llamado a la vida, porque en Jesús tomos viviremos. Si un niño
llora ni impedírselo, tampoco callar en familia el asunto de la muerte de un
ser querido porque el niño puede entender que eso es algo malo que los coloca
tristes. Si el niño se da cuenta de la tristeza y silencio de los adultos
entonces debe saber cuál es la razón de ello.
Estar
cerca de los niños en esos días: No aislar al niño ni
hacerle pensar que nada ha sucedido. Es necesario vivir el duelo en familia. No
buscar distraer a los niños sino más bien enseñarles a vivir la tristeza desde
la fe, la cercanía y el cariño.
Participación
de los niños en litúrgicas de despedida: Es conveniente que los niños creyentes participen en los oficios
religiosos, pues su oración es grata a los oídos de Dios y siempre los escucha.
Que lleve una flor como regalo o un cirio como signo de recuerdo, que sepa que
se le toma en serio su presencia en cada Santa Misa y ceremonia.
Debemos
recordar que los primeros en reconocer a Jesús fueron los niños en Jerusalén,
por lo que también, ellos no dejarán de reconocer el camino de la muerte de un
ser querido como el regreso de cada uno hacia Dios para siempre.
“La vida fue dada para buscar a Dios, la muerte
para encontrarlo, la eternidad para poseerlo” (San Alberto Hurtado Cruchaga).
Padre
Jaime Herrera González
Capellán Saint Peter’s
School