miércoles, 16 de noviembre de 2016

El gozo en el corazón de la Virgen María

  HOMILÍA MES DE MARÍA / 17/11/2017.

1.        “Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra” (Salmo 81).

Para todos nosotros resulta gratificante ver el sacrificio que hacen de llegar temprano al Colegio a participar del rezo del Mes de María. Pero,  no es sólo la presencia numerosa de ustedes lo que nos alegra, sino el entusiasmo con que cantan y la piedad con que rezan. Al unísono siguen nuestros himnos, como también las normas propias de la piedad liturgia como permanecer de rodillas durante toda la consagración. ¡Todo ello nos alegra enormemente! De esto nos habla el Salmo que hemos proclamado: “Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra”.

PADRE JAIME HERRERA GONZALEZ

Hoy, contemplamos cómo los dones del Espíritu Santo tienen como fruto el gozo en el corazón de la Santísima Virgen María. Con frecuencia escuchamos hablar de felicidad dicha, alegría y gozo en nuestro tiempo, pero no siempre la dicha es verdadera, ni la alegría duradera, ni el gozo es compartido. Por el contrario, son múltiples los ejemplos donde se vive una alegría falseada, y donde los gozos no pasan de ser el  esbozo circunstancial de una sonrisa.

En efecto, ayer recordábamos que la bondad debe ir de la mano con la verdad siempre; de manera similar, ahora diremos que el gozo debe caminar siempre junto al bien para ser verdadero, pues es la cercanía y la presencia de Dios en nuestros corazones la causa del gozo perdurable, de la alegría contagiosa y de la felicidad sin fecha de vencimiento. Estos días del Mes de María que celebramos tempranamente nos permiten experimentar cómo cada jornada se hace más llevadera y se reviste del verdadero gozo.

En el relato del Evangelio de hoy, escuchamos el Canto del Magníficat, que la Virgen pronunció al momento de visitar a su prima Santa Isabel: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se goza en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humilde condición de su sierva(San Lucas I, 46-55).

Hemos de distinguir entre el gozo verdadero que viene de Dios con el deseo que felicidad que cada uno tiene: por ejemplo, el hecho de satisfacer el hambre que tenemos no puede hacerse a costa de consumir un alimento descompuesto, de modo parecido, el gozo del creyente no puede obtenerse por cualquier motivo, menos aún,  si acaso es a costa de la burla hiriente, del “bullyng” (acoso) hacia los demás o de las desgracias del prójimo. Hay muchos que se ríen de los demás, pero no son capaces de hacerlo de sí mismo,  que suele ser muy sano según lo enseña Santo Tomás Moro, Canciller del Rey Enrique VIII: “Felices los que saben reñirse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse”.

Para nosotros, la razón del gozo verdadero es saber: que Dios nos creó porque nos amó; que ningún instante de nuestra vida ni circunstancia alguna está al margen de la Providencia Divina, la cual nos cuida en todo momento tal como lo hace el Pastor con su rebaño; que estamos llamados a la bienaventuranza eterna en el Cielo, donde nos reuniremos con todos nuestros seres queridos para siempre. Entonces, ¿Por qué podemos andar tristes por la vida?
CATEQUESIS FAMILIAR PUERTO CLARO 2016



La razón es una: porque desviamos nuestra mirada del Señor y su obra, lo cual conlleva una serie de consecuencias. Andamos siempre insatisfechos, pensando que estamos solos frente al mundo; el prójimo es visto como un adversario con quien hay que competir no el hermano con el cual compartir; subsiste un vacío interior que nos hace mendigar migajas de dicha al margen de lo que Dios quiere para cada uno de nosotros.

No hemos nacido, no vivimos ni estaremos para andar tristes por la vida. Las razones que tenemos como creyentes para ser felices son infinitamente más poderosas que los males que entraña la vida presente. Precisamente, porque “el amor de Dios es más fuerte”, en nosotros los creyentes debe primar el gozo, la felicidad y la dicha. ¡Dios siempre puede más! (Juan Pablo II, 2 de Abril de 1987)

Acaso no es eso lo  que con tanta alegría cantan ustedes con el himno “El amor de Dios es maravilloso”, donde repiten parte de la plegaría  escrita por San Patricio referida al amor de Dios: “Tan grande que no puedo estar encima de Él, tan ancho que no puedo estar afuera de Él”.  Respecto de ello el Santo irlandés escribía: “Cristo conmigo, Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí, Cristo en mí, Cristo bajo mí, Cristo sobre mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda, Cristo alrededor de mí, Cristo en la anchura, Cristo en la longitud, Cristo en la altura, Cristo en la profundidad de mi corazón, Cristo en el corazón y la mente de todos los hombres que piensan en mí, Cristo en la boca de todos lo que hablan de mí, Cristo en todo ojo que me ve, Cristo en todo oído que me escucha. Nos envolvemos hoy día en una fuerza poderosa”.

El verdadero gozo en el Señor permanece incólume aun en medio de la adversidad, la prueba y el sufrimiento, porque al estar fundamentado en el amor de Dios, no se deja de buscar, no se deja de encontrar y no se deja de experimentar aun en medio de circunstancias humanamente muy adversas. Si nada nos separa del amor de Dios, nada tampoco puede robar nuestro gozo del corazón. Cuando queremos probar que una joya es de noble metal y no es una simple fantasía, aplicamos un poco de ácido para comprobar su legitimidad, de manera similar Dios a nosotros los  creyentes coloca las pruebas y sufrimientos para comprobar la riqueza de la verdadera alegría: “el ácido del dolor prueba la monada de la alegría”.

Que Nuestra Madre del Cielo, Causa de nuestra alegría, nos conceda en este día de su mes, el poder ser apóstoles del gozo que renueve el corazón triste de quien está a nuestro lado y avive a los que comparten la alegría de honrar a la Virgen Santísima a lo largo de estos días santos.  ¡Que Viva Cristo Rey!
CURA PÁRROCO JAIME HERRERA GONZÁLEZ / PUERTO CLARO / VALPARAÍSO / CHILE



     


                                  MES DE MARÍA PARROQUIA PUERTO  CLARO

jueves, 10 de noviembre de 2016

Comulgamos para tener vida en abundancia

HOMILÍA DE PRIMERA COMUNIÓN SAINT PETER’S SCHOOL 2016.

1.      “Agua, oxígeno y alimento para nuestra alma”.


Queridos padres de familia, muy queridos niños y jóvenes: En este día Dios ha querido sumar la misma naturaleza a la Santa Misa que  ahora celebramos. El tiempo festivo de la primavera, sumado a un sol generoso, nos hace recordar aquel antiguo refrán que nos permitimos citar en esta ocasión: “donde entra el sol no entra el médico”, lo que quiere decir que el sol tiene propiedades que nos evitan enfermar en virtud de la misma luz irradiada.

Pues bien, de modo similar afirmamos que donde entra Jesucristo el demonio sale huyendo. Y esto es lo que acontece en esta oportunidad, porque el día de vuestro bautismo Dios vino a vivir trinitariamente en vuestra alma –El Padre, Hijo y Espíritu Santo- , y como donde hay agua hay vida, de modo semejante,  la gracia de Dios ha regado lo más hondo de nuestro corazón con su bendición desde ese momento,  procurando aquel sacramento del bautismo “hacernos de Jesús”, repitiendo las palabras del Apóstol San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gálatas II, 20).

¿Basta el agua para tener vida? Por cierto que no, además, se requiere del “oxígeno” que purifica y vitaliza a la vez. Si respiramos es que vivimos, en tanto que,  si dejamos permanentemente de hacerlo,  simplemente es porque hemos muerto. En los campos antiguamente se colocaba una vela encendida a la nariz del moribundo, si acaso la llama se movía era signo que aún estaba vivo, más si quedaba impasible la llama era señal clara de que el enfermo ya había muerto.

Nosotros, antes de acercarnos a recibir a Jesús Sacramentado, hemos “oxigenado” nuestra alma por medio del sacramento de la confesión, el cual,  fue directamente instituido por Nuestro Señor para permitirnos acceder a su infinita misericordia que rejuvenece los buenos propósitos, que nos hace estar atentos a las cosas de Dios y que nos mantiene en estado de gracia  inclinados a la virtud.

El que se confiesa siempre procura ser mejor, por esto,  la Iglesia nos recomienda acercarnos a la confesión de manera frecuente, ojalá de manera mensual por lo menos, con el fin de lograr ir avanzando en el camino de la santidad por medio del cual,  como católicos,  hemos de procurar mantenernos permanentemente.

Niños: Si ustedes quieren llegar lejos en un viaje deben llenar el estanque de bencina cada cierto tiempo, de modo similar,  para llegar al Cielo –y estar con Dios- es necesario el combustible de la gracia que recibimos y reavivamos  por medio de la confesión sacramental.

Entonces, ¿Basta el agua y el oxígeno para tener vida? Nuevamente responderemos que no, puesto que,  por mucho que bebamos y por mucho que respiremos,  igual permaneceremos debilitados si acaso no nos alimentamos suficientemente. Así, llegamos a otro antiguo refrán que afirma: “enfermo que no come se muere”. En efecto, se requiere  tener las calorías y nutrientes suficientes para poder subsistir, en tanto que,  es síntoma de enfermedad grave,  el abstenerse de comer en forma permanente.

Uno puede dejar de alimentarse un día, pero no puede abstraerse de hacerlo para siempre. Como católicos tenemos el don inmenso de acceder al alimento que no se vence, que no se oxida, y que no se desvanece, tal  como es el que Cristo nos prometió: “Yo les daré a comer el Pan de Vida”.

De todas las enseñanzas que Jesús nos entregó, la más extensa es aquella que se denomina el “Sermón del Pan de Vida” que leemos en el Evangelio de San Juan. Por otra parte, son múltiples los milagros que hizo Jesús en relación al valor del alimento, como signo real del misterio insondable que instituiría en la Última Cena: Multiplicó dos veces los panes y peces, una vez resucitado les pidió a sus discípulos algo para comer; inició los milagros con la multiplicación del vino en Caná de Galilea, agotado de calor y cansado de tanto andar pidió agua para beber, sentenciando que,  “si vosotros que sois malos dais cosas buenas a vuestros hijos, ¿Cuántos mayores bienes  os dará vuestro Padre de los cielos a quien lo implora con insistencia?”(San Mateo VII, 11).
Por ello, hoy repetimos la súplica del Padre Nuestro: ¡Danos el Pan de cada día! (San Lucas XI, 3)



2.      El misterio inmenso de Jesús en la Santa Eucaristía.

Nuestra inteligencia como nuestros ojos puede conocer hasta una realidad determinada. Miramos  al cielo en una noche y vemos muchas estrellas…aunque parecen ilimitadas, siempre es posible encontrar más y más. Y, esta es una pregunta bíblica pues Dios le dijo a Abrahán: “Mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas. Así será tu descendencia” (Génesis XV, 4-5). Sabios griegos como Hiparco (127 aC) encontró 850; Ptolomeo (151dC) en Alejandría encontró 1022. ¿Cuántas estrellas ven ustedes en una noche despejada?

Con un telescopio podemos descubrir muchas más de las trescientas mil millones de estrellas que tiene nuestra galaxia. Que aunque no las veíamos a simple mirada no por ello dejaban de existir. No todo lo que no vemos deja de existir, ni todo lo que no acabamos de entender deja de ser verdadero.
Personalmente no he ido a China, desde aquí no veo China,  pero… China existe; desde este lugar -aunque cerca- no escuchó el ruido de las olas pero estas no dejan de bañar nuestras playas.

En el plano superior, no puedo colocar en mi mano el amor que tengo a mis padres, como tampoco puedo colocarle precio el cariño que profesamos a los amigos y hermanos, pero aunque ello no es tangible, no se mide ni se pesa, es algo real que nadie puede negar su existencia.

Hoy, ustedes niños, pueden decir que Dios existe y lo han encontrado, toda vez que en el camino recorrido por vuestros padres en la Catequesis Familiar y por cada uno de ustedes en las clases de religión católica impartidas en nuestro colegio, han podido ir descubriendo la presencia de Dios: y lo han encontrado...

a). En la obra que ha hecho: Quienes aman a Dios suelen percibir su presencia en cada realidad, en cada acontecimiento, por lo que nuestras vidas no son tenidas como fruto del azar sino que somos guiados por la manifiesta voluntad de la Divina Providencia. Por esto, hoy vienen a este templo porque el Señor tuvo la iniciativa de invitarlos. Reconociendo que la creación nos habla de El por su grandeza, por su perfección, por su belleza y por su bondad. Realmente, ¡Todo lo que vemos nos habla de Dios! ¡Dios nos dejó su huella y a cada paso lo encontramos!

b). En nuestra alma desde el bautismo: ¡Uno vale lo que vale su alma! Nunca acabaremos de tomar total conciencia de lo que implica que Dios mismo haya querido crearnos y,  aún más,  salvarnos viniendo a habitar en nuestra alma desde el día de nuestro bautismo que es sin duda el día más importante de toda nuestra vida. Bueno es recordar el cumpleaños, mejor aún recordar y celebrar el día de nuestro bautismo.

c). En medio de su Iglesia: Todo ser humano viene al mundo desde la realidad de una familia, gracias a que Dios hace consocios a los padres de familia para ser custodios e intérpretes del amor, del poder, y de la voluntad de Dios, por lo que asumida tal  gracia se ha de reconocer tal responsabilidad. De manera semejante, al momento de re-crearnos en la salvación por medio de Jesucristo, el Señor nos invitó a participar de la familia de los redimidos que es la Iglesia, por lo que no se puede aceptar a Jesucristo marginándose de la vida eclesial como tampoco es posible aceptar a la Iglesia olvidándose de Jesucristo. Entonces, el católico dice siempre: ¡Si a Cristo y Sí a su Iglesia! ¡Estoy con Cristo, estoy con su Iglesia! ¡Vivo con Cristo, vivo con su Iglesia!

d). En la presencia eucaristía: Queridos niños: El encuentro con Jesús que hoy tienen, fue prometido durante la Última Cena y consumado en el Calvario, cuando dijo Jesús: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos” (San Mateo XXVIII, 20), ya previamente había anunciado que “el que come de este pan vive eternamente” (San Juan VI, 51).  Así, la presencia de Cristo es real y sustancial por esto imploramos con insistencia: ¡Danos el pan de cada día! En unos momentos sobre nuestro altar, Jesús se hace presente: y lo que es un poco de pan y un poco de vino, se transforman en el momento de la consagración, en todo el cuerpo, el alma y la sangre de Jesús. ¡Jesús aquí viene para quedarse!.
3. ¿Cómo es el amor de Dios nos tiene?

* A prueba de dificultades: Sin duda no hay amistad más confiable y fiel que la que nos brinda el Señor Jesús, porque Él mira más allá  de lo que tenemos, de lo que podemos y de lo que  gustamos. Su amistad supera el muro de la  adversidad, y resplandece con mayor fuerza cuando todos vacilan, destiñen y huyen. Por eso,  sabemos en quien confiar, y lo hacemos desde hoy en Jesús Sacramentado: ¡El Amigo que nunca falla!

“Jesús está presente en la Eucaristía para ser encontrado, amado, recibido, consolado. Dondequiera esté el sacerdote, allí está presente Jesús, porque la misión y la grandeza del sacerdote es precisamente la celebración de la Santa Misa” (14 de Junio de 1979, San Juan Pablo II).

* Más allá del tiempo: En segundo lugar, Jesús Sacramentado nos quiere siempre. Actualmente todo parece tener fecha de vencimiento…los amigos pasan, los vecinos pasan, los colegas pasan, los compañeros de curso pasan…El amor de Cristo no pasa nunca de moda, permanece vigente y aún más, aumenta en la medida que procuramos serle fieles. Aunque lo olvidemos en ocasiones, el día y noche está presente en el Sagrario intercediendo por cada uno de nosotros y esperando nuestra visita, nuestra amistad y nuestra compañía. ¡No lo olvidemos! ¡No lo dejemos abandonado en las iglesias! Por el contrario donde exista un templo, allí procuremos visitarle y acompañarle. En cada Santa Misa, cuando Cristo viene, el tiempo se detiene porque la Eternidad llega.


“Prometí al Señor: ¡Quisiera estar siempre contigo! en la medida de lo posible, y le pedí: Pero, sobre todo, está tú siempre conmigo. Y así he ido adelante por la vida. Gracias a Dios, el Señor me ha llevado siempre de la mano y me ha guiado incluso en situaciones difíciles” (Papa Benedicto XVI, Catequesis a los niños de Primera Comunión).

* En todo momento busca nuestro bien: Sin duda lo específico de la Santa Misa es que se renueva lo que Jesús hizo en la Cruz por cada uno de nosotros. Aquí revivimos con la Virgen María lo que aconteció en el Calvario. Entonces, valoramos cada gesto del Señor como un acto de su amor ilimitado por nosotros; de la misma manera,  debemos amar ilimitadamente a quienes están junto a nosotros cotidianamente, pues “la medida del amor es amar sin medida”. Sólo así, “la vida del creyente es una ventana que muestra a Cristo a los demás” (Romanos I, 16).

Finalmente, una mirada a la Virgen María, en cuto templo consagrado estamos hoy: Sin duda, como enseña el actual Obispo de Roma: “Se camina mejor en la vida cuando tenemos la madre cerca” (26 de Mayo del 2013). Junto a ella, se alejan los temores, se fortalecen las convicciones, se alegra el corazón y se expande la caridad hacia los demás. Nadie queda excluido del corazón maternal de la Virgen María. Por ello, imploramos por ustedes –queridos niños y sus familias- para este día sea de bendición para todos sin excepción. ¡Que Viva Cristo Rey!




sábado, 15 de octubre de 2016

DISPENSADORES DEL PERDÓN Y LA MISERICORDIA DE DIOS

 LA CONFESIÓN EN EL AÑO DE LA MISERICORDIA

A). Introducción: Una tarea urgente.

Uno de los pilares fundamentales en la vida de todo sacerdote es la vivencia del perdón, recibido y concedido. El presbítero ante la inmensidad de la gracia de la que es depositario desde el momento de su consagración, está llamado a ser dispensador del perdón de Cristo.  Nuestra Iglesia está cobijada a la mirada protectora de San José, quien después de la Virgen Santísima, es “el más apreciado de Dios para impetrar las divinas gracias a favor de sus devotos” (San Alfonso María de Ligorio), una de las cuales es, sin lugar a dudas, el arrepentimiento, la absolución y la vida penitente, espiritual y físicamente entendida. Aquel espíritu de penitencia que nos habla la Escritura, y que en el oficio solemos repetir: “un corazón quebrantado Tú no lo desprecias, Señor” (Salmo L), es la gracia necesaria para nuestro tiempo, donde la culpabilidad se diluye en justificaciones naturalistas que terminan esterilizando, sino castrando la posibilidad de una verdadera conversión.

Toda nuestra vida, sea en los años de seminario, en un convento, y luego, en el ejercicio del ministerio, está marcada por una verdad,  que debería hacernos –simplemente- temblar por su grandeza: millares de conversiones, confesiones, reconciliaciones, pasarán por lo que buenamente hagamos, y con nuestras negligencias –quizás- serán causa de provocar numerosas condenaciones. Guiovanni Guareschi es el autor de una serie de novelas que posteriormente se llevaron al cine, en la década del cincuenta. Relata la vida de Don Camilo, sacerdote de un pueblo italiano de Brescello, en la región de Reggio Emilia luego de guerra, que constantemente entra en conflicto con el alcalde de la localidad, de profesión mecánico y activo militante de la hoz y el martillo. Lo importante es cómo hablaba con Jesús, cuya imagen pendiente sobre el altar le hablaba “de tú a tú”.  En una oportunidad ante la dureza de trato que había tenido aquel  hombre de hábito talar con unos feligreses, le recuerda “si se condenan, será en parte, tu responsabilidad”, por lo que, el empeñoso párroco termina accediendo a la solicitud hecha por Don Pepone, el alcalde de la ciudad.

En muchas ocasiones, escucharán hablar de “responsabilidades”, “encargos”, “tareas y servicios”, más, dichas realidades –importantes- ciertamente, en el caso del sacramento de la confesión, es de trascendencia prioritaria. No puede quedar relegado a un aspecto añadido o accesorio, que pueda estar o no. Ningún consagrado puede marginarse ni marginar en su obrar pastoral del sacramento de la confesión, porque ello implicaría mutilar la voluntad salvífica de Cristo, que instituyó dicho medio de salvación para darnos su perdón.

 

Muchos males del mundo realmente existen por ausencia del sacramento: el sacerdote puede tener horarios de confesiones, ello es oportuno y adecuado, pero debe estar pronto a cualquier hora, tal como en el caso de los enfermos, para administrar dicho medio salvífico, teniendo presente que con la premura y disponibilidad que se tenga, las gracias concedidas por el Señor serán mayores.  En realidad, el criterio de la extremaunción y confesión indica que deberían  ser tenidos como equiparable: ambos son igualmente necesarios, ambos dan gozo en los cielos, pues “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos(San Lucas XV, 3). Cuántas serán las bendiciones que Dios concederá a un sacerdote que al estar pronto en el perdón, es capaz de saca una sonrisa a Dios.

B). El sacerdote debe rezar por la conversión de sus fieles.
El camino de la mediación del sacerdote, es prefigurado en el Antiguo Testamento. Grandes profetas y reyes, hicieron penitencia para obtener, de parte de Dios, el perdón necesario para su pueblo. La oración perseverante de Moisés obtuvo la fuerza de los suyos encabezados por Josué (Éxodo XVII, 8-13). La fortaleza en el combate, para conquistar una ciudad, bien podemos entenderla –también- desde la victoria de una virtud. Importante puede ser haber vencido una ciudad agresora del pueblo amalecita; mayor mérito tiene el haber vencido una tentación a fuerza de la virtud.

El profeta Jonás para alcanzar la conversión y el perdón de los habitantes de Nínive –capital de asiria- debió hacer,  él y todos sus habitantes, mucha  penitencia física, que siempre es grata a Dios, porque configura a los sufrimientos de su Hijo Unigénito en la Cruz. Por aquellos días, dice la Escritura: “Vino la palabra del Señor sobre Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.» Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: « ¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistie­ron de saco, grandes y pequeños. Llegó el mensaje al rey de Nínive; se levantó del trono, dejó el manto, se cubrió de saco, se sentó en el polvo y mandó al heraldo a proclamar en su nombre a Nínive: «Hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, no pasten ni beban; vístanse de saco hombres y animales; invo­quen fervientemente a Dios, que se convierta cada cual de su mala vida y de la violencia de sus manos; quizá se arre­pienta, se compadezca Dios, quizá cese el incendio de su ira, y no pereceremos.» Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compa­deció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó” (Jonás III, 1-10)

                                                                
El sacramento de la confesión es “uno de los tesoros preciosos de la Iglesia, porque sólo en el perdón se realiza la verdadera renovación del mundo” (15 de Mayo del 2005). En efecto, acudiendo al perdón de Dios se aprende también a pedir perdón a los demás y a perdonar; a encontrar la paz interior y promover la paz exterior. Condiciones, todas ellas, que permiten aportar un granito de arena en la construcción de un mundo mejor, sin escepticismos ni ingenuidades. En verdad, el sacerdote es importante no sólo por lo que  hace sino, sobre todo, por lo que es, vale decir: un dispensador, repartidor del perdón de Dios, que no sólo lo hace en representación de un tercero, sino a nombre de quien hace las veces como otro Jesús.

Al actuar in persona christi implica procurar ser a la vez: Padre, médico, doctor, y juez. Hermosa meditación es la que Juan Pablo Magno dirigió a los religiosos en Italia: “Como padre, acogerá a los penitentes con amor sincero, manifestando una comprensión mayor a los que hayan pecado más, y después los despedirá con palabras impregnadas de misericordia a fin de alentarlos  a volver al camino de la vida cristiana. Como médico, deberá diagnosticar con prudencia las raíces del mal y sugerir al penitente la terapia oportuna, gracias a la cual pueda vivir conforme a la dignidad y a la responsabilidad de persona creada a imagen de Dios. Como maestro, buscará conocer a fondo la ley de Dios, profundizando los diversos aspectos con el estudio de la teología moral, de manera que no dé al penitente opciones personales, sino lo que el magisterio de la Iglesia enseña auténticamente. Como juez, en fin, practicará la equidad. Es necesario que el sacerdote juzgue siempre de acuerdo con la verdad, y no según las apariencias, preocupándose por hacer comprender al penitente que en el corazón paterno de Dios hay lugar también para él” (12 de Noviembre de 1990).

Uno de los profesores que encontré más “novedoso” por el método de enseñanza en la época escolar, fue el de música. Hacía escuchar obras completas mientras él iba actuando o gesticulando la música. Una de esas obras fue la “Obertura 1812” que se ha convertido en pieza obligada del repertorio orquestal y de la historia musical rusa. Fue compuesta por encargo de Antón Rubinstein para ser interpretada en una exposición en Moscú, por lo que el autor elige el tema patriótico de la resistencia de su país frente a la invasión napoleónica. En la obra podemos oír fragmentos del himno francés, La Marsellesa, y una verdadera descripción sonora de una batalla, con sus ataques de la caballería y el combate cuerpo a cuerpo. De fondo siempre parece surgir la misma melodía. 

Lo anterior me hace recordar que, para lograr la perfección sacerdotal aquellos sacerdotes que han alcanzado la santidad y que nuestra Iglesia nos presenta como modelos a imitar, tuvieron en común, como en una sinfonía de virtudes, una “melodía de fondo” que les acompañó a lo largo de toda su consagración y ministerio, fue su dedicación y opción preferencial a la confesión sacramental. Permítanme recordar a algunos de ellos: el Padre Pio de Pietralcina, El Santo Cura de Ars, San Alfonso María de Ligorio y San Alberto Hurtado Cruchaga.

C). Largas horas de confesionario para alcanzar una eternidad.

1. El Padre Pío de Pietralcina  fue generoso dispensador de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos a través de la acogida, de la dirección espiritual y especialmente de la administración de  la confesión sacramental. El ministerio del confesonario, que constituye uno de los rasgos distintivos de su apostolado, atraía a multitudes innumerables de fieles al convento de San Giovanni Rotondo. Aunque aquel singular confesor trataba a los peregrinos con aparente dureza, estos, tomando conciencia de la gravedad del pecado y sinceramente arrepentidos, volvían casi siempre para recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental. Dios permita que su ejemplo anime a todo nuevo consagrado, a prepararse con diligencia y santidad, al examen de “Ad audiendas confessiones” para que en el futuro puedan desempeñar con alegría y asiduidad dicho ministerio, tan importante para la vida actual de la Iglesia y su futuro mismo.

2. En cierta ocasión, a un abogado de Lyon que volvía de Ars, le preguntaron qué había visto allí. Y contestó: “He visto a Dios en un hombre”. Esto mismo hemos de pedir hoy al Señor que se pueda decir de cada sacerdote, por su santidad de vida, por su unión con Dios, por su preocupación por las almas. En el sacramento del Orden, el sacerdote es constituido ministro de Dios y “dispensador de sus tesoros”, como le llama San Pablo. Estos tesoros son: la Palabra divina en la predicación; el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que dispensa en la Santa Misa y en la Comunión; y la gracia de Dios en los sacramentos. Al sacerdote le es confiada la tarea divina por excelencia, “la más divina de las obras divinas”, según enseña un antiguo Padre de la Iglesia, como es la salvación de las almas que se juega, por decir de alguna manera, en el sacramento de la confesión, toda vez que su adecuada y asidua recepción, conduce necesariamente a una vida más virtuosa.

3. “Listo para el combate” significa el nombre de Alfonso. Fue el que colocaron al niño recién nacido,  hijo de  José de Ligorio y Capitán de la Armada naval, y  Ana Cabalieri.  A los dieciséis años, caso excepcional, obtiene el grado de doctor en ambos derechos, civil y canónico, con notas sobresalientes en todos sus estudios. Para conservar la pureza de su alma escogió un director espiritual, visitaba frecuentemente a Jesús Sacramentado, rezaba con gran devoción a la Virgen y huía como de la peste de todos los que tuvieran malas conversaciones. A sus compañeros de curso les repetía con frecuencia: "Amigos, en el mundo corremos peligro de condenarnos". Una vez que tuvo el llamado al sacerdocio, y habiéndose preguntado que quiere Dios de mí, dijo a su padre, que lloroso le escuchaba: “Padre, el único negocio que ahora me interesa es el de salvar almas". Su obra en la formación de la conciencia moral ha resultado de gran importancia para la vida de la iglesia, y uno de sus más reconocidos trabajos fue  “Guía para confesores”, en parte del cual señala que: “El confesor tiene que curar todas las llagas del pecador... En una palabra: debe ser rico en amor y suave como la miel. Así, es el Evangelio”.

Los efectos que tiene un sacerdote negligente en materia de confesión y los pecados mismos cometidos por el confesor tiene repercusiones muy hondas, que el Doctor en Moral no ahorra detalle en hacer destacar a cada confesor: “Mirad sacerdotes míos, que los demonios se esfuerzan por tentar a un sacerdote que se condena arrastra a muchos tras de sí. El Crisóstomo dice: “Quien consigue quitar de en medio al pastor, dispersa todo el rebaño; y otro autor dice, con matar más a los jefes que a los soldados; por eso añade San Jerónimo que el diablo no busca tanto la perdida de los infieles y de los que están fuera del santuario, sino que se esfuerza por ejercer sus rapiñas en la Iglesia de Jesucristo, lo que le constituye su manjar predilecto, como dice Habacuc. No hay, pues, manjar más delicioso para el demonio que las almas de los eclesiásticos”. Como consagrado debemos recibir con frecuencia el sacramento de la confesión para aliviados, aliviar; sanados, sanar; limpios, limpiar, perdonados, perdonar, tal como rezamos las palabras que Jesús nos enseñó: “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos”.

4. La sociedad en que estamos inmersa es una cultura marcada por la hipocresía, en efecto, es permisiva, aplica frecuentemente el criterio de “laissez faire, laissez passer” pero una vez que la persona ha seguido dicha pseudo libertad, que está sumergida en el lodazal del pecado, se le cierran las puertas, se le excluye, y se deja afuera. Por esto, San Alberto Hurtado decía: “El mundo no recibe a los pecadores. A los pecadores no los recibe más que Jesucristo”. El sacerdote debe tener una actitud permanente de acogida hacia el pecador, tal como nuestro Señor no escatimó esfuerzos en a salir en búsqueda de la oveja extraviada. San Alberto Hurtado al salir a buscar a los menesterosos niños y ancianos en las riberas de los esteros, nos enseña a accionar la parábola de la misericordia, particularmente la del Hijo Pródigo. Ni el horario, ni la jurisdicción territorial pueden anteponerse a la necesidad de dar el perdón a quien lo requiere.  Nuestro Santo hace una lista acuciosa para examinarnos si estamos dejándonos seducir por el insano activismo en nuestra vida.

“Creerse indispensable a Dios. No orar bastante. Perder el contacto con Dios. Andar demasiado a prisa. Querer ir más rápido que Dios. Pactar, aunque sea ligeramente, con el mal para tener éxito. No darse entero. Preferirse a la Iglesia. Estimarse en más que la obra que hay que realizar, o buscarse en la acción. Trabajar para sí mismo. Buscar su gloria. Enorgullecerse. Dejarse abatir por el fracaso, aunque no sea más más que nublarse ante las dificultades. Emprender demasiado. Ceder a sus impulsos naturales, a sus prisas inconsideradas u orgullosas. Cesar de controlarse. Apartarse de sus principios. Trabajar por hacer apologética y no por amor. Hacer del apostolado un negocio, aunque sea espiritual. No esforzarse por tener una visión lo más amplia posible. No retroceder para ver el conjunto. No tener cuenta del contexto del problema. Trabajar sin método. Improvisar por principio. No prevenir. No acabar. Racionalizar con exceso. Ser titubeante, o ahogarse en los detalles. Querer siempre tener razón. Mandarlo todo. No ser disciplinado. Evadirse de las tareas pequeñas. Sacrificar a otro por mis planes. No respetar a los demás; no dejarles iniciativas. No darles responsabilidades. Ser duro para sus asociados y para sus jefes. Despreciar a los pequeños, a los humildes y a los menos dotados. No tener gratitud.  

Ser sectario. No ser acogedor. No amar a sus enemigos. Tomar a todo el que se me opone como si fuese mi enemigo. No aceptar con gusto la contradicción. Ser demoledor por una crítica injusta o vana. Estar habitualmente triste o de mal humor. Dejarse ahogar por las preocupaciones del dinero. No dormir bastante, ni comer lo suficiente. No guardar, por imprudencia y sin razón valedera, la plenitud de sus fuerzas y gracias físicas. Dejarse tomar por compensaciones sentimentales, pereza, ensueños. No cortar su vida con períodos de calma, sus días, sus semanas, sus años” (San Alberto Hurtado Cruchaga, Reflexión personal escrita en noviembre de 1947).

Si el anterior texto nos lleva a constatar que el estado de nuestra alma resulta calamitoso, hemos de confiar en todo momento en la bondad de Dios que siempre es más que nuestro pecado. ¡Dios siempre puede más! Así nos enseña San Alberto Hurtado: “Donde hay misericordia no hay investigaciones judiciales sobre la culpa, ni aparato de tribunales, ni necesidad de alegar razonadas excusas. ¡Grande es la tormenta de mis pecados, Dios mío! Pero, ¡mayor es la bonanza de tu misericordia!”.

La vida de la Iglesia ha estado marcada por este precioso camino que la misericordia de Dios ha querido legarnos bajo la cercanía de nuestros sacerdotes. En los primeros años de vida de la Iglesia es que ellos entendieron este sacramento: “Muchos de los que habían creído venían a confesar todo lo que habían hecho" (Hechos de los Apóstoles  XIX, 18). Hoy, el mundo necesita que reavivemos el fuego del perdón de Dios, en primer lugar, recibiéndolo cada uno de nosotros con la frecuencia y devoción debida, sabiendo que si alguien requiere de él, es el propio ministro que debe procurar tener un alma limpia para transmitir lo más fidedignamente la bondad de Dios que subió a la cruz para darnos su perdón.

En el presente somos administradores en el sacramento de la confesión, que ahora podemos beber como fuente de salvación: “El sacramento de la reconciliación es la historia del amor de Dios que nunca nos abandona” (Cardenal Donald Wuerl). ¡Que Viva Cristo Rey!

PADRE JAIME HERRERA  GONZÁLEZ SACERDOTE DIÓCESIS DE VALPARAÍSO / CHILE


viernes, 3 de junio de 2016

Afiche actividades mes de Junio 2016