TEMA DE FORMACIÓN JUNIO DEL 2017
Desde la primera mitad de
la década del noventa en nuestra Patria hemos visto la permanente incursión de
quienes han promocionado una legislación abortista. En 1989, con ocasión de
grandes discusiones que se daban –especialmente- en Europa sobre la píldora
microabortiva conocida posteriormente como del ”día después”, el poder legislativo de la época en nuestra
Patria, consideró necesario explicitar que todo aborto era un crimen, por lo que el
maquíllate añejo de “terapéutico” debía
sacarse de la legislación y suprimirse definitivamente. Así, desde ese
tiempo, ha pasado mucha agua bajo el
rio…en los últimos veintiocho años.
Estamos insertos en una
nueva sociedad, que tiene una nueva mentalidad se nos dice con insistencia, para
la cual debemos acomodarnos. En el plano eclesial y social se pide colocarse de
rodillas ante el proceso secularizador imperante, como si acaso nada pudiésemos
hacer para modificarlo. Según esto, nos podemos preguntar: ¿Fue Cristo
condescendiente con los criterios y valores de su tiempo? ¿Aceptó las leyes que
la mayoría imponía? ¿Habrían muerto martirizados los apóstoles si hubiesen
adecuado la predicación a los oídos de quienes fueron llamados a evangelizar?
¿Habría tenido mártires nuestra Iglesia en el pasado?... ¿Los tendrá en el
futuro?
En todos estos años, con frecuencia, por hechos dolorosos de la vida pasada se ha enarbolado
el slogan de “nunca más”…tortura….discriminación…muerte,
pero no podemos olvidar que la legislación abortista implica expandir
ilimitadamente el “crimen abominable”
(Concilio
pastoral Vaticano II) que incluye en el vientre materno:
tortura, discriminación y muerte. Esto, indudablemente, ocasionará un mal moral,
social, y espiritual de insospechadas consecuencias, tal como lo experimentamos
de múltiples formas por tantos males que nos resultan evidentes.
Si todo concurre para el
bien de quienes aman, para los que obran el mal, y propagan el odio de la
muerte, todo deviene en mal…aumenta la crispación
y la degradación social. ¡Obvio!... si acaso no se respeta al inocente que está por nacer,
entonces, ¿qué garantía tendrán los que ya nacieron y están en condiciones
irremediablemente debilitadas?
Nuestros ancianos, cuyo número se multiplica
exponencialmente, ¿qué seguridad
tendrán en el futuro de ser debidamente protegidos cuando resulten poco rentables? Sabido es que sus gastos de salud aumentarán pues –objetivamente-
vivirán más años, y luego cuando en los enfermos terminales no haya posibilidad
de recuperación…a no dudarlo serán puestos fuera de las murallas de la ciudad…serán
desechados descartados como inviables aplicándose la eutanasia consentida por
medio del suicidio o de la eutanasia impuesta que siempre es un crimen. En
cualquier caso, es la muerte la última palabra de muchos hoy.
En el horizonte del abortismo sólo despunta el misterio de
la muerte. La solución final que un día
fue usada contra una raza hoy se aplica con los no nacidos a causa de “cómo” fueron gestados, debiendo pagar
con su propia vida inocente el acto repudiable de abuso culpable de otro; inmolando su vida martirialmente por ser
considerado un problema insalvable la
causa de su inviabilidad. En el colmo del desquicio moral de algunos legisladores
de nuestra Patria se ha llegado a dejar por escrito que si acaso un niño
sobrevive al intento de un aborto éste será dejado morir sin la asistencia médica
debida. ¿Qué falta ha hecho un niño en el vientre materno para merecer ese
trato insano y cobarde?
Es cierto, ello nace
porque no se considera vida humana al no nacido….También, en el pasado hubo
quienes no consideraron verdaderamente personas a los que tenían un color de
piel distinto, a quienes hablaban un idioma distinto, o a quienes pertenecían a
una raza determinada…la lista es casi interminable. En todo el mundo ello fue lo normal, debiendo
pasar siglos para que el respeto a la persona fuese aceptado integralmente,
para lo cual, nuestra Iglesia cumplió un rol decisivo por medio de la
evangelización de las costumbres, verificándose en el tiempo que del modo como Jesucristo
fue más conocido y aceptada su enseñanza,
declinó el menosprecio de la persona humana.
Hoy la descristianización
reinante de la sociedad hace que la persona sea menospreciada, que mientras se
alzan los estandartes de “nunca más”
constatamos que siempre hay más desprecio del hombre allí donde mayoritariamente
se menosprecia a Dios y su Iglesia.
Con frecuencia un crimen
atroz es noticia en nuestra Patria. Y uno queda impresionado de hasta dónde puede
llegar la maldad humana. Recordemos que cuando aconteció lo de los psicópatas
en Viña del Mar, deambulaba poca gente en las calles, las personas caminaban temerosas
por semanas en la ciudad, el ambiente social estaba marcado por la penumbra,…y
ello por unos crímenes en serie atroces….¿Qué sucede en un país donde la muerte
del inocente se hace ley?…¿Qué no dejará de pasar allí donde una persona puede
decidir respecto de la vida de otra?…Simplemente es aceptar la ley de la selva, del más fuerte sobre el que es más débil….
En la actualidad una
mujer puede gritar por su derecho a abortar, pero el niño al interior del vientre materno
no lo hace, no sale a las calles, no participa en las redes sociales…su grito
es silencioso y las consecuencias de su muerte cruel sin duda no permanecerán
mucho tiempo ocultas, y serán evidentes para toda la sociedad porque el mal
moral que conlleva la muerte de inocentes trasciende generaciones mancillando hondamente
el alma de la Patria.
Una ley injusta siempre hay
que evitarla y si acaso existe, `porque los legisladores de turno la han
aprobado, es necesario hacer todo
esfuerzo por derogarla luego, lo antes posible.
Su eventual aprobación más que deberse al ímpetu del espíritu de Babel
se ha permitido por quienes un día estuvieron en el cenáculo y lo olvidaron.
Con justa razón, para todo
el mundo católico, que se ve azotado tan fuertemente por las ideologías de
turno reinantes, resulta del todo incomprensible que haya parlamentarios que se
reconozcan como católicos, y que siendo miembros de partidos de una supuesta inspiración
cristiana, aprueben leyes que se oponen
en una realidad tan determinante como es
el respeto a la vida humana.
Ahora no se trata de
personas que por venganza y cerrazón del corazón maltraten a otros en circunstancias
históricas de violencia, sino que se propicia una acción que directamente
apunta a quitar la vida a un inocente no nacido.
Se equivocan quienes argumentan
desde el progresismo que vamos por una espiral de aceptación de correr cercas,
las naciones sin aborto no son las últimas sino las primeras en oponerse al
imperio del más fuerte sobre el más débil, del que cree poder decidor si uno
puede nacer o debe morir antes. Caín decidió que su hermano Abel debía
morir…David opto por provocar la muerte de Urías, hoy nuevos caines hacen
preguntar: ¿Dónde está tu hermano, al que le has impedido nacer?
Ante Dios daremos cuenta
de todo lo que hemos hecho…de lo que otros han hecho incentivados por lo que
hemos permitido. Es audaz la actitud temeraria aún más de quien cree poder
responder por sí y por los demás…la sangre de los inocentes clamará en el
juicio final y ahí ya no importaran más las estadísticas…
A esta altura ya nadie
duda de la relación causa efecto que han tenido las diversas reuniones
realizadas en el pasado del Cairo (Septiembre de 1994) donde la ideología del género
y el feminismo autónomo han colocado el tema del aborto como uno de sus principales
objetivos desvinculando el ser femenino del don maravilloso de la maternidad,
por medio de la cual la mujer es el futuro del mundo.
“Hay que excluir
absolutamente, como vía licita para la regulación de los nacimientos, la
interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto
directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas”
(S.S. Pablo VI).
“El aborto directo, es
decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en
cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente”
(S.S. Juan Pablo II).
“El aborto no puede ser
un derecho humano, es totalmente opuesto. Es una gran herida en la sociedad”
(S.S. Benedicto XVI).
“Una legislación que no
protege la vida favorece una “cultura de la muerte”
(S.S. Francisco).
PADRE
JAIME HERRERA GONZÁLEZ / DIÓCESIS DE VALPARAÍSO / CHILE