“OMNE
VERUM A QUOCUMQUE DICATUR, A SPIRITU
SANCTO EST”.
A horas de entrar en el Portal
de Belén, quiero recordar un pequeño chiste que contó un amigo a miembros de la
curia hace un tiempo durante una visita que hizo a la Santa Sede. Dos hijos de
Israel, de nombre Efraín y Asael después de una vida de gran esfuerzo, luego de
terminada la Segunda Guerra Mundial lograron viajar a conocer Europa, y entre
los lugares visitados estaba El Vaticano. A la entrada del templo, Asael que
era agricultor le dice, con ojos vidriosos y lleno de emoción a Efraím: mira aquí está la papa…por fin
hemos descubierto…aquí está la papa!
Efraín que era un gran profesor de universidad le dice en tono
académico: “Efraín no se dice la papa,
sino el Papa”. A lo cual su amigo insiste: ¡Aquí está la papa! Entre toda
la muchedumbre, de gente que iba y venía, su amigo le dijo: “¿Por qué dices que está aquí si yo no lo
veo?”...A lo que Efraín responde: “Mira si estos comenzaron con un establo y
después de dos mil años están aquí, aquí está la papa”.
Y debemos decir que así
es: “aquí está la papa”, lo que para
nosotros es una verdad evidente, una verdad incuestionable que se tiene como un
don de Dios que es preciso implorar con insistencia.
Por ello, un creyente
lejos de dejarse avasallar por la falta de amor a la verdad en la vida actual, asume con valentía y
convicción la misión encomendada por el Señor al momento de subir a los Cielos
en el día de la Ascención: “Id al mundo
entero…enseñando todo lo que yo les he enseñado” (San
Marcos XVI, 15).
Los primeros misioneros
que fueron los apóstoles recorrieron diversos lugares. No tuvieron la
oportunidad de acudir a acabadas academias ni recibir grados ni posgrados ni doctorados. A diferencia
del primer mundo actual, sólo hablaban –quizás- una lengua, y no tuvieron
clases de gramática para hilvanar sus escritos ni de lógica para argumentar ordenadamente,
ni de estadística para programaciones y evaluaciones, ni de cálculo para poder
llegar a fin de mes…Peso a todo, contra toda previsión humana se cumplió la
promesa hecha por el Arcángel Gabriel a la Virgen el día de la Anunciación: “Para Dios nada es imposible”, por lo
que todo es posible para aquel que se confía en Dios y sigue a Cristo: “El Camino, la verdad y la Vida” (San
Juan XIV, 4).
Y recorrieron “mundos
desconocidos” y culturas en las cuales el poder, el conocimiento, y el progreso
eran profusamente idolatrados, con lo cual,
por medio de su testimonio de vida de creyentes convencidos fueron capaces
de ser convincentes y doblegar la fuerza de un imperio entero donde el sol no
parecía ponerse; a la vez que supieron hacer resonar su voz insertos en
culturas donde la sabiduría hinchaba insospechadamente el alma de orgullo, la soberbia del progresismo de alzar una
sociedad sin Dios se rendía ante la evidencia de una vida donde se repetía en
palabras y acciones la invitación hecha:
“te basta mi gracia” (2 Corintios XII, 9).
Y fueron por todos los
rumbos, encontrando respuestas generosas, suspicacias y dudas, desconfianzas y
persecuciones, animosidad e incomprensión, lo cual no amaino su espíritu de ir
tras la oveja perdida, tras aquellos que permanecían sumergidos por décadas en
fantasías que prometían un nuevo mundo,
lo cual, inevitablemente, entrañaba un alma envejecida donde los
recuerdos de épocas mejores superaba a los sueños de construir un mundo para
Jesucristo.
Nada detuvo ese ímpetu.
La fe se mostró en sus obras hasta el punto que los vecinos decían: “Miren cómo se tratan” (Hechos
de los Apóstoles II, 47). Una fe virtuosamente contagiada y
contagiosa que se expandió por el mundo entero entregando una nueva manera de
vivir.
En caridad:
Con perdón, generosidad e iniciativa, una lógica que desde el Sermón de las
Bienaventuranzas suena a unos que es “locura”
y a otros que es “simple necedad” (1 Corintios I, 18).
El mundo no puede
comprender desde su “lógica” cómo
Dios actúa porque no mira desde la fe, entonces esta cultura está llena de
resentimientos, de venganzas, de individualismos que descartan de su entorno
vital a los más necesitados, no sólo en el plano material sino en plano
espiritual, moral y virtuoso. ¿Cómo encontrarán a Dios
si nadie les habla? ¿Cómo dignificar a aquel que se subvalora ante el abajismo cultural que impera a su
alrededor?
Recientemente el mundo ha
dado primeras portadas a la desnutrición de un oso polar que infructuosamente buscaba
alimento, pero ese mismo mundo progresista que rasga vestiduras por tales dramas de la fauna animal permanece
indemne frente a las tragedias de la vida espiritual, relativizando lo que de
suyo es eterno y esencial.
Impone con ello una
verdadera dictadura que no ve más allá de sus narices, y no va más allá de lo
que sus pasos le permiten dar, olvidando que “el hombre fue creado para: buscar a Dios, para encontrar a Dios y para
vivir en Dios” (San
Alberto Hurtado).
La caridad brilla en esta
Noche Buena porque Dios, que es amor ha nacido en medio nuestro, dando
cumplimiento definitivo a las promesas hechas desde la antigüedad. ¡De una vez
para siempre habló por medio de Él al mundo! Y esa voz es la que debemos
descifrar para que el mundo entero pueda
reconocer a su Dios presente desde hace más de dos mil años.
Sin duda, la vivencia
de la caridad hace presente el aroma del Cielo, y predispone buenamente a los
creyentes a una mayor perfección y a quienes están llamados a creer les abre la
oportunidad de un cuestionamiento en torno a sus humanas seguridades, poderes y
placeres. Surge la interrogante desde la Buena Noticia que nos ha nacido: “¿De qué le sirve al mundo ganar el mundo
entero si pierde su alma?” (San Mateo XVI, 26).
La indigencia y
fragilidad de un recién nacido hoy es capaz de cuestionar los poderes del
mundo, y de cautivar la sabiduría de pastores y reyes, cercanos y lejanos, de
nuestro hogar y fuera de él. El universo, expectante de su venida, ahora
canta de gozo ante su presencia pues “una
gran alegría nos ha nacido”.
La caridad verdadera es
contagiosa, visible, procura actuar no para ser reconocida sino para hacer
partícipe de la bendición de Dios que,
como brisa que sobreviene, lo impregna todo suavemente, no irrumpiendo
con la estridencia del orgullo ni con la
sagacidad de aquel que oculta segundas intenciones en velada mentira.
Es que al demonio siempre le gusta o el ambiente del ruido y o el del
ocultismo, que es enemigo de puertas abiertas.
¡Abramos las puertas del
corazón al Redentor del Mundo! Exhortaba en su Misa inaugural el recordado Papa
Juan Pablo II. ¡No teman, abran las
puertas!
En verdad: Con certezas,
con doctrina segura y común enseñada por los apóstoles y sus legítimos
sucesores, y firmeza en la humilde exposición, de toda verdad cuya fuerza,
finalmente radica en que… es verdad.
El mundo de hoy se coloca
nervioso ante el tema de la verdad.
En muchos aspectos podemos decir que estamos frente al intento de la
eliminación de la verdad por medio de la predicación del relativismo. Resulta
curioso que la única verdad inmutable para algunos es que la verdad no existe.
Uno de los signos
evidentes de una desacralización, nacida “puertas
adentro” y fomentada “puertas
afuera”, es la denominada “cultura
del feísmo”, en la cual, se mezclan
lo grotesco, lo violento, y lo impuro. Lejos de cualquier
mayor análisis, podemos afirmar que debemos estar entre las naciones donde el
leguaje está cruzado por el uso frecuente del garabato; a pesar de lo mucho que
se ha tratado del bulling y de la
frecuente condena a los abusos de menores, este año aumentó en Chile el 20%
el número de niños maltratados por sus pares;
el fomento de un ambiente sexista y libertino cuya condena suele ser
motejada por la prensa liberal de “cartucha”,
ha ocasionado el mayor fracaso de una política pública de salud al prescindir
del compromiso fiel y exclusivo, del espíritu de sacrificio, del
fortalecimiento de la voluntad, de la virtud de la castidad y pureza, todo lo
cual, marca el camino para frenar una
pandemia que ha crecido un 34% este año siendo el país con mayor aumento en toda
América, y cuyas consecuencias, por ejemplo, económicas, son realmente desastrosas. ¡Qué decir a nivel
espiritual, social y moral!
El abajismo impuesto por la ideología
progresista disemina el feísmo y mutila de verdadera creatividad cegando
los ojos del cuerpo y del alma hacia aquella capacidad de descubrir “la belleza que es el esplendor de la verdad” (Santo Tomás de
Aquino). Un alma ensimismada no es capaz de abrirse
hacia lo que trae la paz, el bien, la verdad, la belleza y por cierto, será monotemática, será un arte de blancos y
negros.
En esperanza: Con la confianza
que Dios no camina para atrás en sus decisiones, esperamos a Aquel que siempre cumple…lo que dice lo hace. ¡Qué diferente
suele ser nuestro obrar!
Si algo
caracteriza la esencia de una vida “al
modo católico” es que vive en esperanza porque sabe que las promesas de
Dios se cumplen, porque sabe que el bien es difusivo y por tanto, el Reino de
Cristo ya iniciado no puede sino llegar a su plenitud en el tiempo establecido
por el mismo Dios,
por lo que realmente vivimos expectantes por los tiempos no sólo mejores
sino plenos que vendrán.
Es una esperanza
que va más allá de los buenos propósitos, de las buenas intenciones y de los
simples entusiasmos. ¿La razón? Porque Cristo es la esperanza, que: “vino” (Belén), “viene” (Eucaristía),
y “vendrá”
(Parusía).
Hermanos: Los
tiempos que vivimos son desafiantes para la fe. Y un católico nunca se deja
avasallar por la oscuridad de una noche puesto que, sabe que sobreviene pronto una alborada, un
nuevo amanecer, para lo cual debe estar preparado en todo momento.
La esperanza
invita a vivir la fe, con convicción, en
certeza, invitando a quienes están a nuestro alrededor por medio de un
apostolado proactivo, que busque con afán la conversión de un mundo “cara a Dios”, subiendo que, en
ocasiones, “quien dice verdades pierde amistades” (Santo Tomás de Aquino), lo cual incluye el
precio de la ingratitud, del menosprecio, de la exclusión, y en más de una
oportunidad, el camino del martirio ofrecido y asumido.
A los pies de
Jesús, recién nacido, una vez más estamos contemplando sobrecogidos el día que el Cielo bajó a la tierra y la tierra subió
al Cielo…asumiendo que la verdad del amor es el amor a aquella verdad
que nos colma de una sólida esperanza, aun cuando en esta Noche Santa un
miembro de nuestra familia, o una amistad cercana ya mire el rostro de Cristo
desde lo alto del Cielo; o alguno lo haga desde su lecho de enfermo acompañado
por el silencio de tanto sufrimiento e incertidumbre; o se encuentre recluido a
causa del exceso de una violencia, un vicio o un mal hábito adquirido que la ley exige reparar; o quizás, de quien
como el hijo pródigo se fue a un lugar lejano,
y aun tarda en regresar al hogar.
La señal que Dios
nos da esta Noche, es la misma que descubrieron los humildes pastores de Belén y
los sabios provenientes del Oriente: “Verán
un Niño envuelto en pañales” (San Lucas II, 11). Ellos vieron y
creyeron, este es el mismo itinerario que nos invita a seguir el Señor en este día, con la
certeza que no somos mendigos de esperanzas, no somos mendigos de verdades, no
somos mendigos de amores, porque hoy nos ha sido dado por medio de una Virgen
Madre. “El Mesías, el Señor”. ¡Que Viva
Cristo Rey!