viernes, 9 de mayo de 2014

CATEQUESIS MES DE MAYO SAINT PETER’S SCHOOL 2014

 ¡SÉ QUE NO HABRÁ MAS LÁGRIMAS EN EL CIELO!

Eric Clapton junto a su hijo Connor Clapton Boyd
         Hay canciones que marcan años, décadas y generaciones. De algún modo haciendo un símil del consabido refrán diremos ahora “dime que escuchas y te diré quién eres”. Algunos nos dicen que “somos lo que comemos”, y añadiremos: “somos lo que escuchamos”, porque tras esa identificación y hasta ocasional apropiación de un tema diciendo “es mi canción”, hay una manera de ver la vida que puede efectivamente ser característico de aquellos que interpretan una canción desde un escenario como de quien lo escucha con atención desde la platea o galería.
        Citar a Eric Patrick Clapton hace evocar de inmediato dos grandes melodías, de este cantante de blues nacido en Ripley, Surrey,  Inglaterra en 1945. El nacía y Europa daba los últimos estentóreos de una guerra cuya ferocidad hace llegar sus consecuencias hasta nuestros días. Salido de las cenizas de un mundo beligerante nos ha legado dos canciones que invitan a fortalecer el alma: Tears in Heaven (Lagrimas en el Cielo) que escribió en recuerdo de su pequeño hijo Conor, quien murió accidentalmente al caer desde un edificio de Manhattan cuando aún no cumplía cinco años de edad.


Sin lugar a dudas, el hombre experimenta verdaderamente en esta vida muchas alegrías, pero en todo momento se hace presente que “estamos inmersos en un valle de lágrimas” cuyo fin solo tiene su acta definitiva al partir de este mundo en gracia de Dios.
         Se equivoca quien dice que los males y padecimientos se acaban con la muerte física. El Catecismo es claro al recordarnos que los castigos en el infierno son humanamente inenarrables, es decir, no hay palabras que puedan describir lo que allí sufrirá el alma no por un tiempo limitado, como todo sufrimiento actual es, sino que para siempre, lo que confiere un carácter incomparable con lo que circunstancialmente podamos sufrir aquí en este mundo. Nada que tiene fecha de término puede ser equiparable a lo que es para siempre.
Como señala este canto, con ocasión de la muerte de un hijo pequeño, o como podría describir aquel que vio quedar en cenizas su hogar, su vecindad y su barrio a causa de un incendio en la ciudad evocadora del Paraíso, hay sufrimientos que humanamente pueden resultar inicialmente incomprensibles, por lo que no es el tiempo el que finalmente resulta capaz de hacer madurar una situación para evaluarla en debida perceptiva, sino que se requiere necesariamente del don de la fe, conferida como una semilla depositada en nuestra alma el día de nuestro bautismo, llamada a dar fruto en abundancia. La fe, dada por Dios,  es capaz de hacer que una misma lágrima que partió como fruto del dolor aparentemente irreparable se transforme en lágrima de alegría por una esperanza siempre nueva. 
        El optimismo católico es una realidad. Porque el hombre no puede ocultar permanentemente lo que posee o eventualmente carece: si se tiene a Cristo en el corazón, si se vive de las enseñanzas de la Iglesia fundada por el Señor como Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana, si se nutre el alma con los sacramentos y oxigena con la oración privada y comunitaria, entonces no lleva a sorpresa el optimismo que aflora “por los poros” en el mundo católico y en la cultura que de ella emerge: el arte de las naciones  mayoritariamente más católicas es festivo.
Basta recorrer sus ferias costumbristas, ir a sus fiestas patrias, ver sus indumentarias con vivos colores, para corroborar una y otra vez que ese optimismo se fundamente en una fe heredada, y llamada a dar mayores frutos no sin la fidelidad rigurosa a los preceptos dados por Dios “desde el cielo” y “desde la tierra”, los cuales podemos leer en la Escritura Santa y en la naturaleza salida de las manos de un Dios que se ha auto comunicado a nosotros.
        Pero, si de esperanza hablamos y de optimismo recordamos, nuevamente recurrimos al testimonio del contemporáneo representante del blues británico, quien, con ocasión de un Concierto de Caridad en beneficio de los niños víctimas de la guerra dado en 1996, interpretó junto a recordado tenor Luciano Pavarotti una canción dedicada a la Santísima Virgen María: “Holy Mother”. Al escucharla y detenidamente leer su letra sólo podemos decir que es un verdadero Salmo Mariano, con contiene la fuerza viva de los textos veterotestamentarios y la confianza tierna del nuevo testamento depositada en la intercesión de la Virgen como Medianera universal de toda gracia.

Virgen de Walchinham, Inglaterra,  año 1061

En efecto, la devoción profesada hacia aquella elegida por Dios para ser denominada por las generaciones de creyentes como “su madre”, hace que el recibirla en nuestros hogares y corazones sea no sólo un deber sino que constituye una dulce necesidad,  pues sabido es que nunca se ha oído decir que aquel que haya recurrido a su protección, no haya sido atendido con presteza por aquella que junto a la Cruz fue confidente del Testamento más preciado dado en el Monte Calvario: “Mujer, he ahí a tu hijo”.
When my hands no longer play, my voice is still, I fade away. Holy Mother, then I’ll  be lying i, safe within your arms…Cuando mis manos no toquen más, ni mi voz permanezca, me desvaneceré. Santa Madre, entonces estaré acostado, en tus brazos Madre.
          Estamos en el Mes donde tradicionalmente, en muchas partes del mundo se honra de manera especial a la Santísima Virgen María. A ese amor profesado por generaciones correspondió la Virgen María al modo como solo Ella podía hacerlo. Experta en los momentos difíciles de mundo y de la Iglesia, se presentó visiblemente a tres pequeños en la localidad de Fátima, Portugal el 1917. Invitaba entonces como hoy a la plegaria y la penitencia, y al rezo del Santísimo  Rosario, que es su oración predilecta.
Es verdad como dice la letra de la canción de Eric Clapton que en el cielo ya no habrá lágrimas, pero acotaremos que, fieles a Dios, las lágrimas aquí cambian de sentido, tal como fue el caso de la Virgen María que, como ninguno,  ha sufrido y como nadie ha visto reír su corazón al contemplar a su hijo Resucitado, de una vez para siempre. Aprovechemos este Mes de Mayo para, en silencio, ante una imagen de la Madre de Dios, repetir pausadamente esta canción hecha oración en nuestros labios y en nuestra alma de creyente:

       “Madre Sagrada, ¿dónde estás? esta noche me siento partido en dos, he visto las estrellas caerse del cielo, Santa Madre, no puedo evitar llorar.
Oh, necesito tu ayuda esta vez, para pasar esta solitaria noche. Dime por favor en que lugar girar, para encontrarme nuevamente.
Santa Madre, escucha mi oración, de alguna forma sé que estás allí todavía. Por favor, dame algo de paz interior, que se lleve este dolor.
No puedo esperar, no puedo esperar, no puedo esperar, por más tiempo. No puedo esperar, no puedo esperar, no puedo esperar, por ti.
Santa Madre, escucha mi llanto, he maldecido tu nombre cientos de veces. Siento la ira corriendo por mi alma, Santa Madre, no puedo mantener el control.

Oh, siento que el fin llegó, mis pies no correrán más. Tú sabes que preferiría estar en tu regazo  esta noche”.












TODOS LOS PAPAS DEL ÚLTIMO TIEMPO HAN SIDO DEVOTOS DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE FÁTIMA

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