¡SÉ QUE NO HABRÁ MAS LÁGRIMAS EN
EL CIELO!
Eric Clapton junto a su hijo Connor Clapton Boyd |
Hay canciones que
marcan años, décadas y generaciones. De algún modo haciendo un símil del
consabido refrán diremos ahora “dime que
escuchas y te diré quién eres”. Algunos nos dicen que “somos lo que comemos”, y añadiremos: “somos lo que escuchamos”, porque tras esa identificación y hasta
ocasional apropiación de un tema diciendo “es
mi canción”, hay una manera de ver la vida que puede efectivamente ser característico
de aquellos que interpretan una canción desde un escenario como de quien lo
escucha con atención desde la platea o galería.
Citar a Eric Patrick Clapton hace evocar de
inmediato dos grandes melodías, de este cantante de blues nacido en Ripley,
Surrey, Inglaterra en 1945. El nacía y
Europa daba los últimos estentóreos de una guerra cuya ferocidad hace llegar
sus consecuencias hasta nuestros días. Salido de las cenizas de un mundo
beligerante nos ha legado dos canciones que invitan a fortalecer el alma: Tears
in Heaven (Lagrimas en el Cielo) que escribió en recuerdo de su pequeño
hijo Conor, quien murió accidentalmente al caer desde un edificio de Manhattan
cuando aún no cumplía cinco años de edad.
Sin lugar a dudas, el
hombre experimenta verdaderamente en esta vida muchas alegrías, pero en todo
momento se hace presente que “estamos
inmersos en un valle de lágrimas” cuyo fin solo tiene su acta definitiva al
partir de este mundo en gracia de Dios.
Se equivoca quien dice
que los males y padecimientos se acaban con la muerte física. El Catecismo es
claro al recordarnos que los castigos en el infierno son humanamente
inenarrables, es decir, no hay palabras que puedan describir lo que allí
sufrirá el alma no por un tiempo limitado, como todo sufrimiento actual es,
sino que para siempre, lo que confiere un carácter incomparable con lo que
circunstancialmente podamos sufrir aquí en este mundo. Nada que tiene fecha de
término puede ser equiparable a lo que es para siempre.
Como señala este canto,
con ocasión de la muerte de un hijo pequeño, o como podría describir aquel que
vio quedar en cenizas su hogar, su vecindad y su barrio a causa de un incendio
en la ciudad evocadora del Paraíso, hay sufrimientos que humanamente pueden
resultar inicialmente incomprensibles, por lo que no es el tiempo el que finalmente
resulta capaz de hacer madurar una situación para evaluarla en debida perceptiva,
sino que se requiere necesariamente del don de la fe, conferida como una
semilla depositada en nuestra alma el día de nuestro bautismo, llamada a dar
fruto en abundancia. La fe, dada por Dios,
es capaz de hacer que una misma lágrima que partió como fruto del dolor
aparentemente irreparable se transforme en lágrima de alegría por una esperanza
siempre nueva.
El optimismo católico
es una realidad. Porque el hombre no puede ocultar permanentemente lo que posee
o eventualmente carece: si se tiene a Cristo en el corazón, si se vive de las
enseñanzas de la Iglesia fundada por el Señor como Una, Santa, Católica, Apostólica
y Romana, si se nutre el alma con los sacramentos y oxigena con la oración
privada y comunitaria, entonces no lleva a sorpresa el optimismo que aflora “por los poros” en el mundo católico y
en la cultura que de ella emerge: el arte de las naciones mayoritariamente más católicas es festivo.
Basta recorrer sus
ferias costumbristas, ir a sus fiestas patrias, ver sus indumentarias con vivos
colores, para corroborar una y otra vez que ese optimismo se fundamente en una
fe heredada, y llamada a dar mayores frutos no sin la fidelidad rigurosa a los
preceptos dados por Dios “desde el cielo”
y “desde la tierra”, los cuales
podemos leer en la Escritura Santa y en la naturaleza salida de las manos de un
Dios que se ha auto comunicado a nosotros.
Pero, si de esperanza
hablamos y de optimismo recordamos, nuevamente recurrimos al testimonio del
contemporáneo representante del blues británico, quien, con ocasión de un
Concierto de Caridad en beneficio de los niños víctimas de la guerra dado en
1996, interpretó junto a recordado tenor Luciano Pavarotti una canción dedicada
a la Santísima Virgen María: “Holy
Mother”. Al escucharla y detenidamente leer su letra sólo podemos decir que
es un verdadero Salmo Mariano, con contiene la fuerza viva de los textos veterotestamentarios
y la confianza tierna del nuevo testamento depositada en la intercesión de la
Virgen como Medianera universal de toda gracia.
Virgen de Walchinham, Inglaterra, año 1061 |
En efecto, la devoción
profesada hacia aquella elegida por Dios para ser denominada por las
generaciones de creyentes como “su madre”, hace que el recibirla en nuestros
hogares y corazones sea no sólo un deber sino que constituye una dulce
necesidad, pues sabido es que nunca se
ha oído decir que aquel que haya recurrido a su protección, no haya sido
atendido con presteza por aquella que junto a la Cruz fue confidente del
Testamento más preciado dado en el Monte Calvario: “Mujer, he ahí a tu hijo”.
When
my hands no longer play, my voice is still, I fade away. Holy Mother, then I’ll be lying i, safe within your arms…Cuando
mis manos no toquen más, ni mi voz permanezca, me desvaneceré. Santa Madre,
entonces estaré acostado, en tus brazos Madre.
Estamos en el Mes donde
tradicionalmente, en muchas partes del mundo se honra de manera especial a la
Santísima Virgen María. A ese amor profesado por generaciones correspondió la
Virgen María al modo como solo Ella podía hacerlo. Experta en los momentos
difíciles de mundo y de la Iglesia, se presentó visiblemente a tres pequeños en
la localidad de Fátima, Portugal el 1917. Invitaba entonces como hoy a la
plegaria y la penitencia, y al rezo del Santísimo Rosario, que es su oración predilecta.
Es verdad como dice la
letra de la canción de Eric Clapton que en el cielo ya no habrá lágrimas, pero
acotaremos que, fieles a Dios, las lágrimas aquí cambian de sentido, tal como
fue el caso de la Virgen María que, como ninguno, ha sufrido y como nadie ha visto reír su
corazón al contemplar a su hijo Resucitado, de una vez para siempre. Aprovechemos
este Mes de Mayo para, en silencio, ante una imagen de la Madre de Dios,
repetir pausadamente esta canción hecha oración en nuestros labios y en nuestra
alma de creyente:
“Madre Sagrada, ¿dónde estás? esta noche me
siento partido en dos, he visto las
estrellas caerse del cielo, Santa Madre, no
puedo evitar llorar.
Oh, necesito tu ayuda esta vez, para pasar
esta solitaria noche. Dime por favor en
que lugar girar, para encontrarme
nuevamente.
Santa Madre, escucha mi oración, de alguna
forma sé que estás allí todavía. Por
favor, dame algo de paz interior, que se
lleve este dolor.
No puedo esperar, no puedo esperar, no puedo esperar,
por más tiempo. No puedo esperar, no puedo esperar, no puedo esperar,
por ti.
Santa Madre, escucha mi llanto, he maldecido
tu nombre cientos de veces. Siento la ira
corriendo por mi alma, Santa Madre, no
puedo mantener el control.
Oh, siento que el fin llegó, mis pies no
correrán más. Tú sabes que preferiría
estar en tu regazo esta noche”.
TODOS LOS PAPAS DEL ÚLTIMO TIEMPO HAN SIDO DEVOTOS DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE FÁTIMA
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