RETIRO ESPIRITUAL / MES DE AGOSTO / PARTE
SEGUNDA.
El problema de nuestro
pasado solo se resuelve con la Confesión sacramental. La Confesión es
un sacramento necesario a los pecadores, muy conveniente a todos, muy divino y
muy humano.
Su principal provecho
es quitar los pecados mortales y veniales cometidos después del Bautismo.
El pecado mortal es el mayor mal que hay ni puede haber, porque es: ofenda de
Dios, nos hace enemigos de Dios, nos priva de la gracia santificante, nos hace
perder la gloria, nos condena al infierno, nos causa remordimiento, y a veces,
sobre todo repetido, nos trae muchos males en esta vida.
El pecado venial aunque es
mucho menor mal que el mortal, es peor que cualquier mal de esta vida, porque
si bien no nos condena al infierno: nos enfría en el amor de Dios, nos dispone
al pecado mortal, y nos condena al purgatorio y a otras penas.
El pecado mortal es muerte del alma. Para que haya pecado
mortal se requiere de tres condiciones, si acaso falta una de ellas no hay
pecado mortal.
·
Que
la materia sea grave: Que para uno haya sido algo grave al
cometer el pecado.
·
Conocimiento
y advertencia plena: Darse cuenta real de lo malo que se
hace.
·
Que
haya plena libertad: Sin querer nunca se peca. Sin libertad
no hay pecado. Todo aquello que se hace sin querer, por violencia, por fuerza,
sin pleno consentimiento ni conocimiento, adormecido (por sueño o drogas), por
un arrebato imprevisto e inevitable, no es pecado mortal.
El pecado venial es enfermedad del alma.
El pecado mortal se
quita con la confesión sacramental. También, en circunstancias extremas, se quita por un acto de perfecta
contrición, pero con propósito de confesarse.
El pecado venial se
quita principalmente con la confesión, también con la comunión, los actos de
arrepentimiento y otras obras buenas ayudan a borrarlo del alma.
En
el sacerdote confesor Jesús nos ha
dado: Un educador constante que nos guía por el buen; un padre
bondadoso que anima y corrige; un médico que cura nuestros vicios y
defectos; un amigo cercano, fiel, reservado y compasivo; un juez que
nos absuelve…”mejor sea hombre que no
ángel, porque así entendería mejor lo que es mi corazón por el suyo”.
El
que se confiesa frecuentemente, difícilmente se hará malo, y si acaso lo es, se
hará bueno.
Quienes
son malos y quieren serlo no se confiesan: Siempre se resisten a ella porque no
desean de versad modificar su conducta, sus vicios arraigados, y su vida misma.
¿Qué
necesito para confesarme bien?
a).
Hacer un examen de conciencia: “revolver” hasta el fondo el pozo de nuestra alma. Debe hacerse
con serenidad, no con apuro.
b).
Arrepentirme sinceramente del pecado
cometido.
c).
Proponerme cambiar de vida con “determinada determinación” (S. Teresa
de Ávila).
d). Manifestar los pecados cometidos: de
palabra o gestos (enfermos). No hay
obligación de confesar más que los pecados mortales. Los veniales hay libertad
de confesarlos.
e). Cumplir la penitencia que nos impone el
sacerdote, que es juez y médico a la vez.
Los
pensamientos, por malos que nos parezcan; las pasiones, por fuertes que sean;
las tentaciones, por más violencia que nos hagan, nunca son pecados mientras no
las admitamos ni aprobemos.
Se puede
pecar de: pensamiento, deseo, palabra,
obra y omisión.
Pecar es
querer lo que presenta el pensamiento pecaminoso, consintiendo con la voluntad
aquello malo a que invita la tentación.
Peca
quien desea “algo malo” –prohibido
por Dios y su Iglesia- , aunque no termine consumando el deseo en obras
exteriores. Esto lo dijo Nuestro Señor claramente.
Si acaso después de hecha una acción y no antes,
nos hemos dado cuenta que algo era
pecado, no hemos cometido pecado, ni estamos obligado a confesarlo.
Algo que ordinariamente solo es pecado venial puede
llegar a ser pecado mortal si acaso:
·
Existe
una intención perversa o una razón de malicia.
·
Si se ha
cometido queriendo despreciar a Dios y sus preceptos, incluidos los de su
Iglesia.
·
Por
acumulación a lo largo del tiempo (palabras indebidas, hurtos pequeños).
·
Creyendo
que lo que se hace si es pecado mortal. Se comete pensando que puede ser grave.
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