CHARLA A PADRES DE FAMILIA / MARZO DEL 2015.
En tiempo de verano las
familias suelen salir a pasear en vehículo a lugares lejanos. Muchas veces a lugares
desconocidos, por lo que se requiere de una hoja de ruta para llegar al destino
deseado. De pronto, surgen tantas opiniones como pasajeros del auto van,
respecto del mejor camino a seguir: unos proponen el camino más bonito, otros el
que nadie haya hecho y parece más desconocido, a otros proponen seguir por
donde va más gente van. Finalmente, nos
damos cuenta que ninguno de esos caminos propuestos nos conducía hacia donde
queríamos llegar. Y, no llegar a destino es como no haber salido.
Pasa algo semejante con
el Santo Rosario. Es un camino seguro, pero nuestros pastoralistas muchas veces promocionan “nuevos”, “atractivos” y “masivos” caminos para la pastoral
familiar los cuales -finalmente- no logran aterrizar porque nunca lograron despegar.
El rezo del Santo
Rosario es eficaz para mantener la unidad de las comunidades, y de la familia,
tal como lo recordaba años atrás por las calles del mundo el Padre Peython: “Familia que reza unida permanece unida”.
Esa unidad fundamental nace de la fe, la única realidad que es capaz de remover
los vicios y sostener los hábitos en orden a mantenerla en los momentos de
mayor necesidad.
Tanto el rezo del Santo
Rosario cuanto la devoción al Sagrado Corazón de Jesús tienen su origen en el
Evangelio pues, es el mismo Cristo quien nos habló desde su Corazón al que
debemos esforzarnos en imitar: “Aprended
de mí que soy manso y humilde de corazón”.
En efecto, una vez que el Señor resucita exhortó al
Apóstol Tomás diciendo: “Hunde tu mano en mi costado (corazón), no
seas incrédulo sino creyente”. Hay una vinculación dada por Jesús entre “creer” y “contemplar su corazón”, por ello, entendemos esta devoción de la Iglesia no como
una instancia separada de la piedad personal sino como un camino de Iglesia
para fortalecer nuestra debilitada fe, de manera especial, en tiempos en que nuestra Iglesia enfrenta
múltiples desafíos, los cuales sólo por el camino seguido desde un instante de
su fundación en el Calvario lograremos
sobrellevarlo.
En la década del Sesenta,
impregnada de las consecuencias de dos grandes conflictos mundiales, los precursores de la denominada “Iglesia joven” unieron sus voces a la alzada por un cineasta
que hizo un film titulado: “Ya no basta con rezar”, mediante el cual se hacía participe de las
ideas de los grupos de sacerdotes obreros nacidos en Marsella en aquellos años.
El fin era claro: pretendían posponer la oración como algo intrascendente
olvidando la experiencia de la Iglesia en su viva Tradición: “Ora et Labora”
(San Benito).
Muchas veces hemos
escuchado que el único episodio de la infancia de Jesús fue cuando permaneció en el templo, lo cual
no sólo nos lleva a pensar que estaba “enseñando” sino también, ha de haber
orado, ya que resulta algo evidente si consideramos que fue un signo reconocible
a lo largo de toda su vida pública, el hacer oración.
Entonces, entendemos
por qué Nuestro Señor colocaría a los más pequeños como ejemplo de perfección,
a la cual, no se puede llegar sin
mantener un acrecentado espíritu de oración. “Dejad que los niños vengan a mí, no lo impidáis, pues de lo que son
como ellos es el Reino de los Cielos”. Al momento de ingresar a Jerusalén,
y ante el reconocimiento y palabras que le decían los niños Jesús dijo: “Si ellos no lo hacen las piedras gritarán”.
Teresa de Liseaux
entendió este camino, por esto nos habla
de la infancia espiritual, realidad
que para algunos son niñerías. Rezar
es algo inherente a la condición de bautizados. Acaso, ¿no lo hizo Jesús frecuentemente
en su vida adulta? ¿No lo hace la inmensa mayoría de las personas a lo largo de
toda su vida?
Por lo tanto, sostener que el acto de depositar toda la confianza
en rezar son niñerías es no tener
idea de nada. Si acaso una parroquia es
comunidad de creyentes, resulta fundamental que sea igualmente una comunidad de
orantes. ¡El que cree reza! ¡El termómetro de la vida católica es el grado
de oración personal!
La tentación de
vincular la adultez con abandonar la oración está más allá de las fronteras de
los creyentes. Para nosotros el poder rezar el rosario en familia es algo que
resulta: posible, necesario eficaz, y gratis.
Posiblemente, desde una
perspectiva de restauración podríamos invitar a retomar esta devoción, pero
olvidaríamos con ello que se trata de un acto de piedad tan arraigado que no se
necesita “restaurar” sino que invita –más bien- a sumarse en esta plegaria incesante que
ciertamente, no ha declinado en época
alguna al interior de los hogares, toda vez que si eventualmente podemos dejar
de comulgar a causa de tener conciencia de haber cometido un pecado mortal, tenemos
la convicción que nunca el Cielo está cerrado
para aquel que se arrepiente, a la vez que nunca el Corazón maternal de María Santísima
deja de escuchar las plegarias incesantes que se elevan con el Santo Rosario,
más aun cuando éste, se reza en familia, y particularmente por los niños y jóvenes.
El Santo Rosario es la
meditación de los misterios principales de la vida de Jesús en relación con la
Virgen María, ya que, implica un recuerdo
de cada uno de ellos desde la mirada de quien más cerca está de Jesús en el Cielo
y que puede, por lo tanto, interceder `poderosamente para obtener cualquier
gracia que nuestra alma precise para alcanzar la salvación. Recordemos siempre:
¡Nada niega Jesús a su Madre! ¡Nada niega la Virgen sus hijos que claman con el
Santo Rosario!
Como católicos hemos de
considerar el hecho que los Sumos Pontífices se han referido extensa y
frecuentemente al Santo Rosario, y que su rezo ha sido parte de su vida cotidiana. Es una plegaria
actual que permite sintonizar con la realidad de lo que vive la Iglesia hoy.
Desde hace un tiempo,
una vez a la semana, junto a un grupo de
matrimonios, nos reunimos para rezar el Santo Rosario. Lo hacemos de manera
itineraria, en una casa distinta cada
vez, y se hace meditando detenidamente el Ave María. Al inicio de cada
misterio, cada familia expone sus necesidades y gratitudes, las cuales forman
parte de un proyecto de plegaria común desde ese momento a lo largo de toda la
semana. En tanto que el sacerdote concluye con la bendición de los presentes y
del hogar.
Esto ha hecho que los
hijos perciban el rezo de Santo Rosario como algo positivo, edificante el que
sus padres junto a varios otros recen en sus casas, llegando a ser un día que
se espera con alegría cuanto le corresponde a cada hogar. Se revive con ello el
espíritu cercano, acogedor, y familiar de los primeros cristianos cuya piedad
sin duda fue un destello de lo que el Santo Evangelio dice: “María presidia la oración” “estaba con
ellos”. Con el Santo Rosario familiarmente rezado se vincula la realidad
anhelada por muchos cristianos de cercanía con el hecho se ser causa común con
la jerarquía, cuya cabeza visible que es el Santo Padre, la tiene como su
oración predilecta.
Ante el desafío de
procurar el desarrollo de una pastoral familiar en nuestras parroquias, muchas
veces destinamos largas horas a programaciones, esquemas, evaluaciones,
proyectos, olvidando el recurso esencial que está a la mano de todos y que hace
siglos mantiene la fe del comunidades y hogares: el rezo en familia del
Rosario…Familia que reza unida, permanece unida.
Cada día que pasa,
tenemos la certeza que, en el pasado, en el presente y en futuro, para el mayor progreso de la vida humana no basta con no rezar.