lunes, 16 de marzo de 2015

UNA PASTORAL FAMILIAR DESDE EL SANTO ROSARIO


  CHARLA  A  PADRES  DE  FAMILIA    /    MARZO  DEL  2015.




En tiempo de verano las familias suelen salir a pasear en vehículo a lugares lejanos. Muchas veces a lugares desconocidos, por lo que se requiere de una hoja de ruta para llegar al destino deseado. De pronto, surgen tantas opiniones como pasajeros del auto van, respecto del mejor camino a seguir: unos proponen el camino más bonito, otros el que nadie haya hecho y parece más desconocido, a otros proponen seguir por donde va más gente van.  Finalmente, nos damos cuenta que ninguno de esos caminos propuestos nos conducía hacia donde queríamos llegar. Y, no llegar a destino es como no haber salido.


Pasa algo semejante con el Santo Rosario. Es un camino seguro, pero nuestros pastoralistas muchas veces promocionan “nuevos”,  “atractivos” y “masivos” caminos para la pastoral familiar los cuales -finalmente- no logran aterrizar porque nunca lograron despegar.
El rezo del Santo Rosario es eficaz para mantener la unidad de las comunidades, y de la familia, tal como lo recordaba años atrás por las calles del mundo el Padre Peython: “Familia que reza unida permanece unida”. Esa unidad fundamental nace de la fe, la única realidad que es capaz de remover los vicios y sostener los hábitos en orden a mantenerla en los momentos de mayor necesidad.
Tanto el rezo del Santo Rosario cuanto la devoción al Sagrado Corazón de Jesús tienen su origen en el Evangelio pues, es el mismo Cristo quien nos habló desde su Corazón al que debemos esforzarnos en imitar: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.
En efecto,  una vez que el Señor resucita exhortó al Apóstol  Tomás diciendo: “Hunde tu mano en mi costado (corazón), no seas incrédulo sino creyente”. Hay una vinculación dada por Jesús entre “creer” y “contemplar su corazón”, por ello,  entendemos esta devoción de la Iglesia no como una instancia separada de la piedad personal sino como un camino de Iglesia para fortalecer nuestra debilitada fe, de manera especial,  en tiempos en que nuestra Iglesia enfrenta múltiples desafíos, los cuales sólo por el camino seguido desde un instante de su fundación en el Calvario  lograremos sobrellevarlo.
En la década del Sesenta, impregnada de las consecuencias de dos grandes conflictos mundiales,  los precursores de la denominada “Iglesia joven”  unieron sus voces a la alzada por un cineasta que hizo un film titulado: “Ya no basta con rezar”,  mediante el cual se hacía participe de las ideas de los grupos de sacerdotes obreros nacidos en Marsella en aquellos años. El fin era claro: pretendían posponer la oración como algo intrascendente olvidando la experiencia de la Iglesia en su viva Tradición: “Ora et Labora” (San Benito).


Muchas veces hemos escuchado que el único episodio de la infancia de Jesús  fue cuando permaneció en el templo, lo cual no sólo nos lleva a pensar que estaba “enseñando” sino también, ha de haber orado, ya que resulta algo evidente si consideramos que fue un signo reconocible a lo largo de toda su vida pública, el hacer oración.
Entonces, entendemos por qué Nuestro Señor colocaría a los más pequeños como ejemplo de perfección, a la cual,  no se puede llegar sin mantener un acrecentado espíritu de oración. “Dejad que los niños vengan a mí, no lo impidáis, pues de lo que son como ellos es el Reino de los Cielos”. Al momento de ingresar a Jerusalén, y ante el reconocimiento y palabras que le decían los niños Jesús dijo: “Si ellos no lo hacen las piedras gritarán”.


Teresa de Liseaux entendió este camino, por esto nos  habla de la infancia espiritual, realidad que para algunos son niñerías. Rezar es algo inherente a la condición de bautizados. Acaso, ¿no lo hizo Jesús frecuentemente en su vida adulta? ¿No lo hace la inmensa mayoría de las personas a lo largo de toda su vida?
Por lo tanto,  sostener que el acto de depositar toda la confianza en rezar son niñerías es no tener idea  de nada. Si acaso una parroquia es comunidad de creyentes, resulta fundamental que sea igualmente una comunidad de orantes.  ¡El que cree reza!  ¡El termómetro de la vida católica es el grado de oración personal!
La tentación de vincular la adultez con abandonar la oración está más allá de las fronteras de los creyentes. Para nosotros el poder rezar el rosario en familia es algo que resulta: posible, necesario eficaz,  y gratis.
Posiblemente, desde una perspectiva de restauración podríamos invitar a retomar esta devoción, pero olvidaríamos con ello que se trata de un acto de piedad tan arraigado que no se necesita “restaurar” sino que invita –más bien-  a sumarse en esta plegaria incesante que ciertamente,  no ha declinado en época alguna al interior de los hogares, toda vez que si eventualmente podemos dejar de comulgar a causa de tener conciencia de haber cometido un pecado mortal, tenemos la convicción  que nunca el Cielo está cerrado para aquel que se arrepiente, a la vez que nunca el Corazón maternal de María Santísima deja de escuchar las plegarias incesantes que se elevan con el Santo Rosario, más aun cuando éste, se reza en familia, y particularmente por  los niños y jóvenes.
El Santo Rosario es la meditación de los misterios principales de la vida de Jesús en relación con la Virgen María, ya que,  implica un recuerdo de cada uno de ellos desde la mirada de quien más cerca está de Jesús en el Cielo y que puede, por lo tanto, interceder `poderosamente para obtener cualquier gracia que nuestra alma precise para alcanzar la salvación. Recordemos siempre: ¡Nada niega Jesús a su Madre! ¡Nada niega la Virgen sus hijos que claman con el Santo Rosario!
Como católicos hemos de considerar el hecho que los Sumos Pontífices se han referido extensa y frecuentemente al Santo Rosario, y que su rezo ha sido  parte de su vida cotidiana. Es una plegaria actual que permite sintonizar con la realidad de lo que vive la Iglesia hoy.


Desde hace un tiempo, una vez a la  semana, junto a un grupo de matrimonios, nos reunimos para rezar el Santo Rosario. Lo hacemos de manera itineraria,  en una casa distinta cada vez, y se hace meditando detenidamente el Ave María. Al inicio de cada misterio, cada familia expone sus necesidades y gratitudes, las cuales forman parte de un proyecto de plegaria común desde ese momento a lo largo de toda la semana. En tanto que el sacerdote concluye con la bendición de los presentes y del hogar.
Esto ha hecho que los hijos perciban el rezo de Santo Rosario como algo positivo, edificante el que sus padres junto a varios otros recen en sus casas, llegando a ser un día que se espera con alegría cuanto le corresponde a cada hogar. Se revive con ello el espíritu cercano, acogedor, y familiar de los primeros cristianos cuya piedad sin duda fue un destello de lo que el Santo Evangelio dice: “María presidia la oración” “estaba con ellos”. Con el Santo Rosario familiarmente rezado se vincula la realidad anhelada por muchos cristianos de cercanía con el hecho se ser causa común con la jerarquía, cuya cabeza visible que es el Santo Padre, la tiene como su oración predilecta.
Ante el desafío de procurar el desarrollo de una pastoral familiar en nuestras parroquias, muchas veces destinamos largas horas a programaciones, esquemas, evaluaciones, proyectos, olvidando el recurso esencial que está a la mano de todos y que hace siglos mantiene la fe del comunidades y hogares: el rezo en familia del Rosario…Familia que reza unida, permanece unida.
Cada día que pasa, tenemos la certeza que, en el pasado, en el presente y en futuro,  para el mayor progreso de la vida humana  no basta con no rezar.
       




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