jueves, 5 de julio de 2018

¿EL ALMA DE LA FIESTA O LA FIESTA DEL ALMA?


 MISA CENTENARIO SAINT PETER’S SCHOOL JUNIO 2018


Nuestra primera mirada se encamina a dar gracias a Dios por habernos permitido llegar a celebrar esta Misa de Acción de Gracias por los primeros cien años de nuestro Colegio. Sin duda es un momento de bendición de Dios, que pasa en medio nuestro en una fecha y momento histórico tan significativo. Hoy recordamos que no estaríamos aquí si previamente otros no hubiesen puesto el fundamento para poder hacerlo: clérigos, directores, maestros, administrativos, auxiliares, padres de familia, y alumnos. Cada uno, en época diversa colocó ladrillo a ladrillo lo que hoy es nuestro Colegio, por lo que no podría comprenderse el presente sin mirar todo su pasado y quienes formaron parte de él.



El don recibido implica una tarea…una misión, por esto,  más que quedarnos embelesados en cumplir una meta, apoyados en la gracia, asumimos el compromiso del tiempo que viene como una oportunidad para fructificar los dones, las gracias y los talentos que el Señor no ha dejado de colocar en medio nuestro.


Nuestro lema institucional, sacado de los textos de Virgilio “Labor onmia vincit” dice relación con el valor del trabajo humano que forma parte del designio divino dado  al momento de crear al hombre y la mujer. Ciertos de ser un compendio del mundo espiritual y del mundo material, originalmente, experimentamos la debilidad de la naturaleza herida por el pecado original, con lo cual descubrimos que el trabajo es un camino de perfección, que ha de hacerse como huella de salvación y santidad, donde Dios no ha dudado en depositar su confianza en la creatura salida de sus manos para completar su obra creadora por medio del  trabajo humano, uno de cuyos pilares es el mundo del estudio, la educación y la formación integral.

La frase latina completa es: “labor omnia vincit improbus”, es decir “el trabajo constante vence todas las dificultades”. Esto último no deja de tener importancia, particularmente en este tiempo donde la barca de la Iglesia y de la sociedad en general se ven fuertemente zarandeadas por vicisitudes internas y externas, que permiten sacar las mayores virtudes y sacrificios, no exentas de miserias y debilidades ´por las que siempre es necesario reconocer e implorar perdón.



La Biblia nos recuerda que al comienzo de la vida humana en el mundo, hubo dos hermanos Caín y Abel que ofrecían a Dios el fruto de sus trabajos…uno daba lo que encontraba en el suelo –las sobras- aplicando la “ley del mínimo esfuerzo”, en tanto que el otro hermano –Abel- entregaba las primicias de los frutos, es decir lo primero y mejor para Dios. Esto fue motivo de envidia de un hermano hacia otro que finalmente le llevó a eliminar y esconder a su hermano quien al verse interpelado por Dios, altaneramente le respondió: “¿Qué tengo que ver yo con mi hermano? ¿Por qué debo preocuparme de él?”


Insertos en una cultura individualista, donde se suele vivir de modo autoreferente, estamos llamados a dar lo mejor nuestro en cada actividad, recordando que el Señor Jesús de modo personal nos pregunta hoy: “¿Qué dice la gente sobre mí?”.  Para unos no es tema, no existe; para otros es una persona del pasado, que como todo lo añoso es asumido como algo obsoleto sin mayor incidencia en la vida práctica;  unos dicen  que rememora a un profeta como Juan Bautista, Jeremías, Isaías...En cualquier caso, Jesús es visto como un reformador social, un líder temporal que se opone a lo establecido.



Desde la galería de un estadio son innumerables las cosas que se pueden gritar; porque uno es un simple espectador de un acto que otro realiza, por esto,  no cuesta hablar, no cuesta  decir lo que otros dicen respecto  de otro. Los Apóstoles fueron locuaces al hablar en tercera persona, y eso Jesús lo sabía.

De inmediato, mientras se atropellaban en hablar vino una pregunta definitiva: “Ustedes, ¿Quién dicen que soy Yo?” (San Mateo XVI, 15-17).  ¡Como agua fría les cayó la nueva pregunta!  Puesto que ahora les obliga a dar respuesta en primera persona sobre el lugar que ocupa en el corazón de cada uno de ellos. ¡La fe no es resultado de una encuesta es una gracia que Dios gratuitamente nos da!

Surge la voz de uno de ellos. Era –Pedro- al que Jesús le promete asistirlo permanentemente constituyéndolo como fundamento de la fe ante sus hermanos: “Tu eres Pedro, y el poder del mal nunca prevalecerá sobre ti” (San Mateo XVI, 18). Por eso,  estaba llamado a “confirmarlos e la fe” (San Lucas XXII, 32)  con sus palabras y enseñanzas, en tiempos de bonanza y de sequía; le aceptación y rechazo; sabiendo que ese testimonio fundamenta su certeza en Dios que no engaña ni puede ser engañado nunca, y que espera siempre el regreso de quien ha marchado hacia un lugar lejano. Nunca es demasiado tarde para convertirse, porque el hombre puede cansarse de buscar pero ¡Dios jamás se cansa de recibirnos!

El Colegio se fundó en circunstancias humanamente adversas. En efecto, en medio de la Primera Guerra Mundial, en momentos de incertidumbre que darían paso a horas de gran angustia, dolor, y división. Por esto,  meritoriamente el despegue del Colegio pudo apoyarse en las fuerzas dadas por el Señor, lo cual lejos de oponerse al esfuerzo humano,  lo termina elevando y perfeccionando. De tal manera que nada obtenemos que Dios no lo permita y hemos de procurar trabajar como si todo dependiera de nosotros sabiendo que –finalmente- todo depende de Dios. Al inicio, durante y fin de todo acto meritorio está la mano de Dios que crea, acompaña y premia a todo aquel que procura serle fiel.

A quienes Dios ha unido con Él quiere unidos entre sí. El sistema formativo actual suele valorar una creciente integración lo que permite el estudio en grupo, hay juntas de estudio, lo cual es un desafío que permite a todos ejercitar la obra de misericordia: “enseñare al que no sabe”, “corregir al que está equivocado” aplicando la corrección fraterna también en el mundo escolar. Nadie sabe demasiado para  que no deba aprender de otros y con otros.

Nuestro Colegio desde su fundación tuvo en su insignia las imágenes de la Cruz de Jerusalén y las llaves cruzadas que representan el poder dado por Jesús a San Pedro simbolizando la misión temporal y espiritual al decirle: “lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. Cien generaciones han llevado con orgullo el estandarte de la cruz en su uniforme en épocas muy variadas, en ocasiones no exentas de sacrificio como diecisiete de ellos que no dudaron en dar su propia vida en medio de  la Segunda Guerra Mundial. ¡Héroes que asumieron la mayor dimensión del Evangelio, puesto que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los suyos” (San Juan XV, 13).



¿Cómo era la formación hace un siglo? Otra literatura, otros métodos, otros horarios, otras indumentarias, con el común denominador de la fe puesta en Cristo. En cien años más el 2118…otros libros se leerán, otros métodos de enseñanza habrá; otros horarios; otros uniformes, pero allí donde un alumno del Saint Peter’s  se encuentre habrá la misma respuesta nacida desde el alma que diga : “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad” (Salmo XL, 8-9)   ¡Que Viva Cristo Rey!