viernes, 23 de mayo de 2014

EL HEROÍSMO, LA VIRTUD Y LA SANTIDAD NO SE IMPROVISAN

HOMILÍA CONMEMORACIÓN 21 DE MAYO / PARROQUIA DE OLMUÉ.
Matrimonio Prat-Carvajal

Nuestra Patria tiene una geografía que a cualquier turista le sorprende por la riqueza de su diversidad: desierto,  hielos eternos, fosas marinas, cumbres milenarias, volcanes,  campos, en fin de todo un poco  que hacen de ella, lo que se la ha denominado como  “una loca geografía” (Benjamín Subercaseaux, 1949).

No menor,  es la cultura e historia que al interior de ella se da. Esa era la que estaba presente aquella mañana sobre la embarcación que marcaría un antes y después de un conflicto, y que sería recordado en el tiempo.  Desde la esmerada preparación que tenían unos, a la tosca de otros, lograron escribir las páginas más brillantes de una batalla que más que destacarse por la calidad de los medios de combate fue hecha por la grandeza del alma de ambos bandos.

Resulta curioso, en nuestros días,  destacar esto en un mundo maniqueo,  donde sólo se tiende a centrar en todo en realidades de blanco y negro.   Los matices quedan al margen. Las consideraciones también. Más, cómo no destacar la finura del  contrincante que destaca las virtudes del adversario yacente en conceptuosas palabras escritas a la viuda. También,  la guerra tiene sus leyes, que el fragor del conflicto no puede olvidar,  ni la victoria servir para actitudes abusivas,  como –tampoco-  la derrota para hurgar  recovecos de venganza.

En la escuela que fueron formados aquellos hombres de mar estaba arraigado  el respeto y el honor. Pero,  ¿fue eso un acto improvisado? ¿Podemos acaso pensar que aquel día fue la conflagración de entusiasmos pasajeros con el estricto anhelo de conquistar y defender? No. La conducta de nuestros héroes, y de cuantos estuvieron esa mañana en la rada nortina, respondió a una forma de vida asimilada desde la más temprana edad.

Arturo Prat cadete naval

 Los ideales asumidos no se improvisan. Las virtudes decantan con el tiempo y el sacrificio. No surgen espontáneamente. Por esto, lo que nos legaron los héroes de la Patria y de la fe por quienes oramos, fue un ejemplo de vida permanente a imitar no una estrella fugaz de la que –simplemente- admiremos. Imitación no sólo admiración ha de ser la consigna de esta jornada. Más,  bien haremos en preguntarnos: ¿qué implica en el alba siglo XXI seguir los pasos de aquellos héroes del atardecer del siglo antepasado?

a). Primacía de Dios en nuestras decisiones: Prácticamente, desde el origen de la humanidad misma, descrita en el libro del Génesis, el hombre ha querido doblar la mano a su Creador. Con un gesto aparentemente pequeño pero que tendría insospechadas consecuencias, Adán y Eva unieron con su decisión lo que previamente habían dicho los ángeles rebeldes: ¡No serviremos a Dios! Ninguna palabra, ningún mandato divino estaría sobre la determinación del hombre de marginar a Dios.

Y, consabidas son las consecuencias, que no sólo nos enseña la teología moral, que no solamente leemos en las Escrituras Santas, sino que percibimos –cotidianamente- cuando el hombre se empecina en sacar a Dios como su prioridad de vida. Entonces, un mundo que se alza sin Dios tempranamente se vuelca contra el hombre mismo, una sociedad que margina a Dios –necesariamente- dejará de lado a toda su obra creada, y perderá la capacidad propia de su humanidad que anhela desde su interior la armonía: con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza.

La crispación en la vida social, el mutismo en las relaciones familiares, la indiferencia por las necesidades del prójimo, y la falta del cuidado del medio ambiente,  no pueden ser simplemente analizados por criterios sociológicos, tecnológicos y económicos pues, responden primero a una condición ética, que previamente tiene que ver más con el estado del alma que del bolsillo.

En el caso de nuestro héroe nacional, según leemos en sus escritos y en cada página de su vida, el amor a Dios fue un imperativo que le llevó a tomar las decisiones que finalmente nos resultan edificantes.

b). Primacía de la vida familiar como escuela de virtudes: Sin lugar a dudas, la vida familiar de aquellos años donde se forjó el alma de cada uno de los  hombres de mar  que honramos  tenía grandes diferencias al estilo de vida con la cual se nutre hoy la persona al interior del hogar. Es posible que antaño  hubiese temas que oportunamente  no se trataran, pero,  a pesar de ello, la comunicación familiar en nuestros días dista mucho de ser la que es necesaria y deseable. Muchas imágenes no hacen un recuerdo, ni muchas palabras un dialogo nutrido. Facebook y wasap son medios  no fines para comunicarse con los demás.

Escapulario Arturo Prat

Se requiere la conversión a Dios desde la familia, reconociendo su importancia insustituible para la gestación, crecimiento,  fortalecimiento y envejecimiento de cada persona, en cada una de sus etapas. Por ello, el nuevo Beato Pablo VI, al visitar la localidad de Nazaret donde nuestro Señor vivió durante tres décadas la señaló como “la escuela del más rico humanismo”, “en la cual se comprende germinalmente el Evangelio”, porque Cristo forjó su vida con el ejemplo de su padre y de su madre, de quienes no sólo aprendió el idioma, el oficio y recibió la ciudadanía de nazareno, sino humanamente las actitudes que como perfecto Dios y perfecto hombre plasmaría en el trienio de milagros y enseñanzas que formaron su Buena Nueva. Entonces cómo no decir junto el citado Pontífice: “¡Quien pudiera volver a ser niño, y vivir en la compañía de esta familia para aprender allí el sentido del silencio, del deber, del trabajo, de la familia!”. 

En la vida familiar de nuestro héroe naval Dios no quedaba cautivo en las paredes de su casa. Es bueno que lo bueno se manifieste, vale decir,  aquello que para el creyente es necesario para vivir,  lo ha de ser –también-  para aquel que se encuentra a su lado. Sin agua no podemos subsistir, sin oxígeno no podemos vivir, y como creyentes añadiremos, con la fuerza de lo que es verdad,  que sin Dios no se puede tener una vida verdadera. Ya lo dice la Santa Biblia: “En vano se cansan los albañiles si el Señor no construye la casa” (Salmo CXXVI, 1).

c). Primacía de la devoción hacia la Virgen Santísima: En medio de una cultura que procura dar a la mujer un reconocimiento especial, encontramos en la vida de nuestro insigne marino es el respeto casi sagrado dispensado hacia la mujer como esposa y madre. ¡Cuánta delicadeza en el trato hacia su mujer! Ello no lo aprendió en la calle, ni en las aulas, sino principalmente al interior de su familia. El amor a su madre de la tierra le llevó a profesar una devoción consiente, madura, y varonil, que no sólo en nada le resultaba incompatible con su vida militar sino que,  por el contrario, le fue eficaz para el mejor cumplimiento al juramento hecho de defender su bandera hasta dar la vida si fuese necesario.

Como sabemos, en abril de 1879, desde Valparaíso zarparon la goleta Covadonga y la corbeta Abtao. Al momento de embarcarse, según cuenta un testigo presencial, el comandante llevaba en sus manos  una imagen de la Santísima Virgen del Carmen…Bajo ese manto protector -desde ya- cobijaba lo que finalmente culminaría en un día como hoy. De lo anterior se desprende que, como hombre de arraigadas convicciones y acrisolada fe,  no ocultó en ningún momento en quién creía, pues estaba orgulloso de ser católico, lo cual,  más que ser algo por otros externamente reconocible,  implicaba un mayor compromiso para hacer bien el bien.

Estando en la rada iquiqueña nuestro Héroe el día que fue nombrado comandante de la Esmeralda escribió a un familiar contándole que “antes de salir y a pedido de algunos señores de Valparaíso, toda la tripulación y oficiales, incluso yo recibimos el escapulario del Carmen, en cuya protección confiamos para que nos saque con bien de esta guerra. También me acompañan a bordo la Virgen de este nombre y San Francisco, Con tanto protector creo que se puede tener confianza en el éxito”.

En la actualidad, el entusiasmo y el estímulo  nos hacer caer en la tentación de una espiritualidad de fantasía. El sentimentalismo faranduliza la vida interior. Muchas iniciativas y propósitos de vida parten diligentes como el brioso caballo inglés, galopan luego como un caballo corralero, culminando al cansino paso de un asno de trabajo. Así resulta nuestra piedad: siendo meramente sentimental, es capaz de sacar muchas lágrimas pero de no remover un ápice nuestra vida moral.

De lo anterior,  se desprende que una madre más agradecerá un alma obediente que muchos arrumacos, y se sabrá segura de ser protegida en su debilidad por aquel que siempre ha estado a su lado, tanto “en las buenas” como “en las malas” en “las duras y maduras”. La ternura de un hijo manifestada hacia su madre resultará irremediablemente  falsa si acaso no se reviste de verdad y fidelidad. Por esto, el reconocimiento que hizo nuestro Señor hacia su Madre es muy claro: “¿Quién es mi Madre? ¿Quiénes son mis parientes? Sino aquellos que cumplen en todo la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. ¡Este es el mejor presente que podemos prodigar a la Virgen Santísima! Es decir, acoger de palabra y obra la invitación hecha un día en Caná de Galilea: “Hagan todo lo que Él les diga” (San Juan II, 1-11).

La preparación y el espíritu de sacrificio que invirtió desde pequeño, en sus años de formación,  fueron aquilatando su alma para realidades trascendentes. Sabedor que la fidelidad vivida en las cosas pequeñas no sólo permite sino que hace posible alcanzar aquellas metas que en ocasiones parecen humanamente  imposibles: ¡Todo es posible para Dios! Y para quienes creen en Él.

El haber desde niño aprendido a priorizar  le hizo colocar el amor a la Virgen María en los momentos cumbres de su vida. Nada era dejado a la improvisación, incluso lo que podía ser un detalle secundario para algunos,  como  la acción de colocar visiblemente una imagen de la Virgen María en su recámara, o portar el escapulario carmelitano en aquel día decisivo. Por esto, el salto a la eternidad dado en una jornada como hoy, fue consecuencia directa de un estilo de vida que buscó, que encontró y que terminó viviendo, es decir, hizo realidad el programa de vida al que San Juan Pablo II invitaba décadas atrás a la juventud de esta tierra bendita: “Jóvenes chilenos: buscad a Cristo, vivid en Cristo, amad a Cristo” (2 de Abril de 1987).

Una y otra vez no nos cansaremos de repetir que no basta mirar a Cristo, como no fue suficiente la inicial admiración en Tabor que no avanzaba a la imitación. La vida como creyentes se debe notar o simplemente terminará esfumándose como un mundo de fantasía, de lo que aparenta pero realmente no es lo que representa, puesto que: “Una fe sin obras, es una fe muerta” (Santiago II, 26), como es a la que la tentación de la superficialidad sentimentalista nos irremediablemente  conduce.

Oremos al Señor en este día por cuantos murieron defendiendo su emblema sagrado. Para que junto a la Virgen del Carmen, Reina y Patrona de nuestra Patria, puedan haber escuchado la invitación hecha por Jesús en el Santo Evangelio: ¡Venid benditos de mi Padre!
(San Mateo XXV, 40).
Pila Bautismal donde fue bautizado Arturo Prat



 

 

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